lunes, 22 de junio de 2009
El carrusel de medianoche
"Ayúdame...por favor, ayúdame".
Deja vú.
Temblaba de frío. Necesitaba abrazarla. ¿Qué has hecho, niña tonta? ¿Por qué te has montado en el Carrusel de medianoche? Me acerqué aún más e intenté tomar su mano, pero el Carrusel la alejó de mí con fiereza. El endemoniado caballo fantasma que montaba relinchó en señal de reproche. La vi alejarse e inmediatamente me sentí solo, solo como nunca antes me había sentido.
Y era demasiado tarde.
Esperé y esperé a que volviese a pasar, como un pequeño espera ansioso para agarrar la sortija y reclamar su premio, pero la vuelta fue eterna. La había dejado pasar y ya no volvería a verla jamás. Caí de rodillas al suelo mirando al vacío cielo nocturno, ¿Acaso la luna y las estrellas también me odiaban? ¿Qué había sido lo que la había hecho montarse en el Carrusel de medianoche?
Y entonces recordé mis últimas palabras.
Resonaron en mi cabeza como si alguien las hubiese gritado en mis oídos. No podía ser eso. No podía serlo. Eso no. No, ¡Por Dios, no! ¡No! ¡NO! ¡MALDITA SEA, no! Por favor, no…
Eso no.
No.
La sal de mis lágrimas ardió como fuego en mis ojos y deseé profundamente estar muerto. Mi verdad, tal vez la única que había dicho jamás, nos había condenado. Y escuché su voz a mis espaldas, un sonido que hizo que mi alma se quebrara y abandonara mi cuerpo.
“Desearía saber que quisiste decir antes de dejarme a mi merced acompañada sólo por el eco de tu voz…”
El Carrusel se había detenido. Lloré como nunca antes lo había hecho.
“Escucha…”
Tomó mi mano y la puso sobre su pecho. El silencio taladró mis sentidos.
Y el Carrusel volvió a girar para alejarla de mí, pero yo tiré de su brazo y la arranqué de la montura del caballo maldito. Al caer al suelo su mirada volvió a cobrar vida, como si hubiese despertado de un sueño de antaño.
“Jamás volveré a dejarte ir”.
Y bailamos abrazados al compás de la enfurecida melodía fúnebre del Carrusel de medianoche.


miércoles, 25 de febrero de 2009
La Sombra de un Sueño.
Él giró sobre sus pies y su capa flameó dejando un halo de tristeza a su paso. Vio frente a sus ojos el reflejo de una de sus memorias más antiguas.
Sepia….sepia y silencio.
Sintió un escalofrío atravesarlo como una espada congelada y cerró sus ojos, haciéndose el abatimiento presente y predominante en su demacrado rostro.
Era sólo que estaba harto de llorar.
-¿Por qué? –Le preguntó con amargura. -¿Por qué me persigues con tanto afán?
La dama en blanco y negro permaneció en silencio, sus ojos destilando desolación.
-Hace años que has muerto, querida mía, razón de mi existencia, hace años ya. ¿Por qué es que no puedes descansar en paz ni dejarme descansar a mí?
Silencio.
-Responde, maldita sea –Gritó, mientras sus ojos condensaron su pesar en gotas de agua salada –Respóndeme, por favor, di algo.
Silencio.
Y se sacó su galera con un gesto grácil, arrojándola en el suelo; se deshizo de su capa y se desabrochó las mangas de la camisa blanca. Un golpe sordo pudo escucharse cuando cayó de rodillas al suelo, frente a la figura invisible y muda.
Silencio.
-Estoy sumido en la miseria desde que te fuiste. Estoy sumido en la miseria porque perdí la fe en ti, querida. ¿Por qué quedarme aquí, en la realidad ficticia donde nunca nada existió realmente?
Silencio.
-Lamento que tengas que verme así, querida. Lo siento tanto. Es sólo que…es sólo que no puedo recordar.
Y el hombre rompió a llorar con amargura. Las líneas de su frente se marcaron con violencia y se ocultaron detrás de sus dedos cuando sus manos cubrieron su rostro. Gimió con tristeza. Gritó.
Silencio.
Y luego se puso de pie nuevamente.
-Bien, vete ya. Ya he tenido suficiente. –Dijo con la voz quebrada mientras se secaba las lágrimas de los hinchados ojos rojos.
La figura ya no estaba allí. Nunca había estado.
-Después de todo –Susurró –Tan sólo fuiste la sombra de un sueño…
Y al tomar la pistola de la mesa y ponerla sobre su sien, el rugido de la muerte rompió el silencio con furia.
Y luego...silencio...
Eterno silencio.


El Crepúsculo.
Sólo un trozo de nada y me encuentro a mí mismo tan profundamente hundido en el Crepúsculo que ni siquiera puedo oír a mi corazón latir, si es que late en lo absoluto.
Sólo un pedazo de inexistencia y veo a los sonidos opacarse, oigo a la bruma enlutarse y al todo tornarse de un burdo blanco y negro y tal vez algo sepia; puedo sentir cómo el tiempo se ralentiza y percibir el aire hacerse grumoso y helado; es como si un trozo de hielo ardiente derritiese mis pulmones al entrar en contacto.
Sólo un paso hacia otro mundo y atravieso el contorno de mi sombra para adentrarme en mi comarca, donde nadie puede verme, pues el lúgubre reflejo de mi existencia se vuelve borroso para aquellos que sólo ven lo que sus ojos les muestran, sin reparar en la otra dimensión, en la otra realidad que se trama como el cobre bajo el caucho de un cable, una dimensión donde los pensamientos toman formas y colores, donde los sentimientos tiñen el asqueroso negro nada de la atmósfera de ese infierno de ciegos y paraíso de águilas de rojos, azules, verdes y dorados, y nunca grises, nunca jamás grises.
Sólo un pequeño impulso y mi sombra se alzó sobre sus pies, profanando aquel espacio que jamás le perteneció; y yo la atravesé con un zumbido en mis oídos, y pude ver al mundo siendo consumido por el Crepúsculo, aquel monstruo invisible que drena las energías de sus habitantes, hasta convertirlos en falsos fantasmas, meras sombras de un sueño o de un recuerdo, que vagan por su periferia hasta el fin de los días, si es que los días existen o tienen un fin en lo absoluto.
Sólo unos ilusos minutos, que ni siquiera lo fueron, pues el tiempo en el Crepúsculo pareciera reptar en su carrera con aquel de la realidad que va al trote o al galope; sólo unos tontos e insensibles minutos, unos meros e infames segundos y sentí como se me secaba la garganta y como la boca de mi estomago se volvía roca en un desesperado grito que me reclamaba que saliese de mi sombra, para que mi rostro sintiese el viento, para que mis ojos percibiesen los colores de lo que se ve y no de lo que se siente, para que mis oídos se regodearan ante la música de la realidad en contraste con el silencio de la ficción.
Sólo un pensamiento que intentó formar parte de mi hundimiento y lo logró, fue lo que me empujó a hacer algo estúpido y temerario: volver a levantar a mi sombra sobre sus pies, incluso dentro del Crepúsculo y volver a atravesarla para caer de bruces sobre el piso de la segunda capa, aun más grumosa y sombría, aun más fría y silenciosa, aun mas peligrosa y acechante, pues sus largos labios invisibles drenan las esperanzas y las ganas de vivir y las ahogan en un lago inescrutable de sombras que reclaman a la próxima víctima de aquel mundo de mi mente, con aullidos que erizan los pelos de la espalda y paralizan de pavor.
Sólo unos momentos, momentos que no transcurrieron en ningún plano de la realidad, momentos que no avanzaron ninguna manecilla de ningún reloj del mundo, y sólo una imagen, una maldita imagen que se interpuso entre mi y mi sombra al intentar escapar de aquel mundo estúpido y solitario en el que yo mismo me había dejado a mí mismo enterrarme; y fue demasiado tarde (acaso siempre lo había sido) pues mis pies se desvanecieron, mi alma se dispersó como un diente de león en la espesura del Crepúsculo y los colores de mis sentimientos se tornaron primero sepia y después de un sordo blanco y negro que nunca jamás nadie vio, porque nunca nadie entró a aquel infierno de ciegos y paraíso de águilas, nunca jamás profanó una sombra el lugar que le era prohibido, nunca nadie supo ni escuchó hablar del Crepúsculo que, en algún putrefacto rincón de mi inconciencia, tiene encadenada mi esencia a sus tinieblas.

