Recuerdos color ruido, chirridos sabor noche, cadenas olor vos.
Mar de piedras y basura entre vastas y pútridas maderas; escenarios pálidos y llenos de rojo.
Rojo, rojo por doquier, rojo, rojo.
Discos oxidados y rieles que de música sirven al sentir de Platón, suyas son mis sonrisas, vuestros los rincones de mi mente que de letras me distraen y definen en ritmo a los tambores del amar.
Tonalidades de marrones infinitas en profundidad que disparan, de a momentos, contra mi sanidad; y siempre el mismo sonar es el que incita a los tímpanos a enamorarse ante la mínima reminiscencia de sus Bemoles y Mayores, todas notas muertas, enterradas y olvidadas.
Óleo sagrado que limpia; santa inocencia que ensucia ¡Oh! ¡Cómo, si me postrara yo, destruiría a las hadas y a sus bosques la cuota de realidad carnal que detrás del vuestro velo oriental se esconde!
Muerte a los ángeles de la salvación y vida eterna a quien mucho se contentare con el cantar de los funestos vagones añil.
Una historia de amor de dos, susurrada con recelo en la sinapsis de las neuronas de uno.
Las mías condolencias, las vuestras carcajadas, las mías también.
Y sólo dos palabras, con seis mil seiscientos setenta y un millones seiscientos setenta y nueve mil treinta y cuatro significados diferentes podrían resumirlo todo, sin ser del todo mentira, sin ser del todo verdad.
¡Muerte al que las pronuncie! ¡Ruede su cabeza en polvo!
Pero esto es mío, el silencio y el amor industrial que evoca en mi mente con una simple bocina, todos los recuerdos que regocijo traen a mí cansada ánima.
Y nunca me canso de soñar con que quizás algún día musiten tus labios mi nombre en la umbra de una sonrisa....
miércoles, 22 de octubre de 2008
Amor Industrial
Soñado o imaginado por
Tenebroso Lucas
En el siguiente momento de la vida:
10/22/2008 12:06:00 a. m.
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Palabras clave de Sol:
amor,
Amor industrial,
industrial,
óxido,
Poesía,
rojo
domingo, 19 de octubre de 2008
El Salón de Espejos
Ah, pero si es que muchos minutos, acaso horas, habían pasado desde que apoyé mi congestionada cabeza sobre la almohada y mis ojos se rehusaban a adornar los sentidos de mi inconsciente con cualquier vestigio de sueño. ¡Nada de sueño, nada de sueño! Mi mente se rehusaba a descansar. ¡Y menos con la voraz ánima del viento y su orquesta de edificios, a los que azotaba con una violencia un tanto caprichosa! Un ruido tan potente y aterrador que un ciego lo habría visto, bailando una danza macabra, deslizándose con gracia maquiavélica por los recovecos que encontraba entre el suelo y las puertas de roble y oro. Y mi mansión temblaba azotada por aquella figura invisible, hostil, sagaz, que buscaba una entrada a mi fortaleza dorada indestructible, tal vez para destruirme, tal vez para advertirme, aunque en las profundidades del océano de sábanas en el que buceaba intentando conciliar el sueño, jamás se me hubiera siquiera cruzado la idea de comprobarlo. Y la almohada me cubría los oídos, como una madre le cubre los ojos a su niño frente a un acto horroroso, y la cama me abrazaba cual amante despechada, reticente a la inevitable partida de su amado. Yo, mientras tanto, corría detrás del sueño que se escondía entre las perlas de las cortinas, y los diamantes que residían en los cajones; entre las costosas pinturas y la madera tallada de los marcos de las ventanas selladas a las que el viento castigaba con desesperación.
La mansión era tan grande que daba una extraña sensación cruzar el mismo pasillo dos veces, dormir en la misma habitación dos noches, presenciar al sol enterrarse en el horizonte a través del mismo cristal. Y tan segura. Excepto tal vez, de lo que había dentro, de la mísera elegancia hipócrita y de la soledad. La soledad que se sienta en la mesa cuando uno desayuna y uno se acostumbra tanto a verla que hasta le pone un plato y una copa de oro y la sirve como reina, para no olvidarse lo que es servir. Las mucamas, los mayordomos y los criados imaginarios que se deslizan por las alfombras con velocidad, ansiosos por seguir las órdenes de su amo. Todo eso y el silencio, la tranquilidad, causa aparente y motivo único de los ataques del monstruoso viento, que acecha en cada esquina.
De pronto, la cama me vomitó sobre mis pies, y me encontré caminando por la casa, sintiendo el juguetón cosquilleo con el que la alfombra molestaba inocentemente a mis dedos desnudos. Y caminé unos varios metros, con un cierto desasosiego in crescendo, hasta dar con las escaleras que bajaban al hall principal de la casa. En el medio del hall había un hombre parado con una sonrisa en el rostro que se proyectó hacia mí a la velocidad de la luz, entrando por mi espalda y atravesando mi columna vertebral metamorfoseándose en un horrible escalofrío; y luego de un parpadeo, se desvaneció. Un tanto exaltado, examiné la escena nuevamente para corroborar que seguramente sólo había sido producto de mi fastidiada imaginación, un mero reclamo por el tedio en el que había estado sumida los últimos años. Pero una cosa era cierta, mi malestar interior había crecido preocupantemente.
- “La vida es una bestia estúpida” – Dijo una voz femenina del otro lado del teléfono, intentando hacerme sonreír.
- “Hace tiempo que Stella Díaz de Varín dejó de decirme nada” – Respondí con desgano mirando fugazmente de reojo a los libros de la poetisa que se pudrían en los estantes de la biblioteca, víctimas de celosos intentos de profanación llevados a cabo por el verdor del moho que odia al arte del hombre. – “Y aunque lo fuese, parece que se ensañó particularmente conmigo.”
- “¡No te preocupes! ¡Las cosas van a mejorar!” – Palidecí. – "Es sólo una cuestión de tiempo, no dejes que el pesimismo te consuma.”.
- "¡Silencio, ingenua! ¡Que lo vas a despertar!" – Grité con pánico y colgué el teléfono abruptamente.
Miré a mi alrededor, temeroso, y ví nuevamente la silueta del hombre sonriente que caminó unos pasos hacia mí para luego desvanecerse. Ahora estaba seguro, ¡Todo concordaba! No era un juego de mi imaginación. Era Él. La coalición de soplos del feroz viento volvió a abatir contra la puerta de entrada, amenazando con arrancarla de su marco. Me ví tan perdido en ese momento….pero debía conservar la calma, no podía dejar a mi más acérrimo enemigo vencerme.
Caminé hacia el comedor y me senté solo en la larga mesa de madera, cuyos pies descansaban, tranquilos, sobre el lujoso suelo de mármol, hundiendo mi cara entre mis manos. Debía mantenerme calmo, no podía ceder. Pero cuando levanté la mirada allí estaba, sonriente, con sus rasgos aún más definidos, a sólo un paso de volverse real. Me paré de repente y me alejé, sin mirar atrás, a paso férvido. Ignorando por completo el Leit Motiv, empecé a subir las escaleras y a deambular por los pasillos hasta llegar a la última puerta. El viento parecía no haber atravesado, todavía, el cerrojo y explorado aquella habitación. Y mientras giraba la llave hacia la izquierda, el teléfono volvió a sonar. Me acerqué a la mesita y lo miré dubitativo, mientras el fantasma de una mujer que abandonaba otra de las habitaciones me dedicó un saludo. Poco y nada me interesaban los otros habitantes de la casa, así que la ignoré y en un acto casi impulsivo levante el tubo y escuché. Del otro lado la voz de un hombre sonó preocupada.
- “Tranquilo, mi amigo”
- “¡Silencio!”
- "No es tan malo."
- “¡Silencio! ¡Silencio!”
Y con un afán destructivo tire del aparato hasta que el cable se cortó y lo arrojé hacia el hall en caída libre, para luego verlo hacerse pedazos contra el suelo.
- "¡Idiotas! ¡Idiotas!" – Bramaba yo, jadeando.
Y una mano se posó en mi hombro haciendo que mi corazón se detuviera unos instantes. Ya sin color alguno en mis facciones, giré sobre mis pies y contemplé horrorizado la figura de mí mismo, sonriente.
- “Te ruego me acompañes” – Dijo con cierta pomposidad, sin alterar la tenebrosa curvatura de sus labios.
- “No, no, por favor” – Supliqué yo. Mi voz temblaba, amenazando con quebrarse.
- “Insisto” – Replicó, apretando un poco más mi hombro.
Lo seguí mudo hacia la puerta de la habitación que acababa de destrabar, atravesando su umbral tras él. Era el Salón de Espejos. Cientos, sino miles de espejos habitaban sus paredes formando la ilusión del infinito más profundo en sus interiores. Curiosamente, en sus reflejos no éramos millones como deberíamos haber sido, sino sólo dos.
- "Imagino que sabrás que es lo que va a pasar". – Dijo dándome la espalda.
Yo permanecí en silencio, aterrado.
- "Muchas lunas dormí, pero es hora de despertar, hora de recuperar el tiempo que me fue robado, hora de hacer y deshacer...."- Se volteó y su aterrorizante expresión fue exagerada por la penumbra – "Es mi turno de existir."
Y dicho esto, me empujó violentamente hacia la pared de espejos y mi cuerpo la atravesó, como su fuese agua, cayendo de bruces al suelo del otro lado. Cuando me levanté, contemplando el infinito perdido que había ahí dentro, me volteé hacia la superficie del espejo e intenté atravesarla, pero estaba hecha de cristal, un cristal que no cedió ante mis golpes ni se compadeció ante mis gritos. Él me miró con satisfacción y soltó una risa escalofriante que retumbó en los espejos para luego darse vuelta y desaparecer tras la puerta. Mi peor pesadilla estaba consumada, y parecía que al abandonar la mansión había dejado la puerta abierta porque pude oír al viento silbar, ya no hostil sino triste. Era demasiado tarde para cualquier advertencia. Y finalmente entendí que había algo de burla en su silbar, ya que ahora entendía como se sentía estar atrapado fuera de un mundo donde todos corren peligro y no se les puede avisar. Las ventanas selladas....malditas ventanas y espejos sellados....Y suelto estaba el demonio que porta mi cara en ocasiones, con una terrible y maliciosa sonrisa de odio, libre para destruir el mundo, mi universo y despedazar a sangre fría a todos los que alguna vez me importaron....
La mansión era tan grande que daba una extraña sensación cruzar el mismo pasillo dos veces, dormir en la misma habitación dos noches, presenciar al sol enterrarse en el horizonte a través del mismo cristal. Y tan segura. Excepto tal vez, de lo que había dentro, de la mísera elegancia hipócrita y de la soledad. La soledad que se sienta en la mesa cuando uno desayuna y uno se acostumbra tanto a verla que hasta le pone un plato y una copa de oro y la sirve como reina, para no olvidarse lo que es servir. Las mucamas, los mayordomos y los criados imaginarios que se deslizan por las alfombras con velocidad, ansiosos por seguir las órdenes de su amo. Todo eso y el silencio, la tranquilidad, causa aparente y motivo único de los ataques del monstruoso viento, que acecha en cada esquina.
De pronto, la cama me vomitó sobre mis pies, y me encontré caminando por la casa, sintiendo el juguetón cosquilleo con el que la alfombra molestaba inocentemente a mis dedos desnudos. Y caminé unos varios metros, con un cierto desasosiego in crescendo, hasta dar con las escaleras que bajaban al hall principal de la casa. En el medio del hall había un hombre parado con una sonrisa en el rostro que se proyectó hacia mí a la velocidad de la luz, entrando por mi espalda y atravesando mi columna vertebral metamorfoseándose en un horrible escalofrío; y luego de un parpadeo, se desvaneció. Un tanto exaltado, examiné la escena nuevamente para corroborar que seguramente sólo había sido producto de mi fastidiada imaginación, un mero reclamo por el tedio en el que había estado sumida los últimos años. Pero una cosa era cierta, mi malestar interior había crecido preocupantemente.
- “La vida es una bestia estúpida” – Dijo una voz femenina del otro lado del teléfono, intentando hacerme sonreír.
- “Hace tiempo que Stella Díaz de Varín dejó de decirme nada” – Respondí con desgano mirando fugazmente de reojo a los libros de la poetisa que se pudrían en los estantes de la biblioteca, víctimas de celosos intentos de profanación llevados a cabo por el verdor del moho que odia al arte del hombre. – “Y aunque lo fuese, parece que se ensañó particularmente conmigo.”
- “¡No te preocupes! ¡Las cosas van a mejorar!” – Palidecí. – "Es sólo una cuestión de tiempo, no dejes que el pesimismo te consuma.”.
- "¡Silencio, ingenua! ¡Que lo vas a despertar!" – Grité con pánico y colgué el teléfono abruptamente.
Miré a mi alrededor, temeroso, y ví nuevamente la silueta del hombre sonriente que caminó unos pasos hacia mí para luego desvanecerse. Ahora estaba seguro, ¡Todo concordaba! No era un juego de mi imaginación. Era Él. La coalición de soplos del feroz viento volvió a abatir contra la puerta de entrada, amenazando con arrancarla de su marco. Me ví tan perdido en ese momento….pero debía conservar la calma, no podía dejar a mi más acérrimo enemigo vencerme.
Caminé hacia el comedor y me senté solo en la larga mesa de madera, cuyos pies descansaban, tranquilos, sobre el lujoso suelo de mármol, hundiendo mi cara entre mis manos. Debía mantenerme calmo, no podía ceder. Pero cuando levanté la mirada allí estaba, sonriente, con sus rasgos aún más definidos, a sólo un paso de volverse real. Me paré de repente y me alejé, sin mirar atrás, a paso férvido. Ignorando por completo el Leit Motiv, empecé a subir las escaleras y a deambular por los pasillos hasta llegar a la última puerta. El viento parecía no haber atravesado, todavía, el cerrojo y explorado aquella habitación. Y mientras giraba la llave hacia la izquierda, el teléfono volvió a sonar. Me acerqué a la mesita y lo miré dubitativo, mientras el fantasma de una mujer que abandonaba otra de las habitaciones me dedicó un saludo. Poco y nada me interesaban los otros habitantes de la casa, así que la ignoré y en un acto casi impulsivo levante el tubo y escuché. Del otro lado la voz de un hombre sonó preocupada.
- “Tranquilo, mi amigo”
- “¡Silencio!”
- "No es tan malo."
- “¡Silencio! ¡Silencio!”
Y con un afán destructivo tire del aparato hasta que el cable se cortó y lo arrojé hacia el hall en caída libre, para luego verlo hacerse pedazos contra el suelo.
- "¡Idiotas! ¡Idiotas!" – Bramaba yo, jadeando.
Y una mano se posó en mi hombro haciendo que mi corazón se detuviera unos instantes. Ya sin color alguno en mis facciones, giré sobre mis pies y contemplé horrorizado la figura de mí mismo, sonriente.
- “Te ruego me acompañes” – Dijo con cierta pomposidad, sin alterar la tenebrosa curvatura de sus labios.
- “No, no, por favor” – Supliqué yo. Mi voz temblaba, amenazando con quebrarse.
- “Insisto” – Replicó, apretando un poco más mi hombro.
Lo seguí mudo hacia la puerta de la habitación que acababa de destrabar, atravesando su umbral tras él. Era el Salón de Espejos. Cientos, sino miles de espejos habitaban sus paredes formando la ilusión del infinito más profundo en sus interiores. Curiosamente, en sus reflejos no éramos millones como deberíamos haber sido, sino sólo dos.
- "Imagino que sabrás que es lo que va a pasar". – Dijo dándome la espalda.
Yo permanecí en silencio, aterrado.
- "Muchas lunas dormí, pero es hora de despertar, hora de recuperar el tiempo que me fue robado, hora de hacer y deshacer...."- Se volteó y su aterrorizante expresión fue exagerada por la penumbra – "Es mi turno de existir."
Y dicho esto, me empujó violentamente hacia la pared de espejos y mi cuerpo la atravesó, como su fuese agua, cayendo de bruces al suelo del otro lado. Cuando me levanté, contemplando el infinito perdido que había ahí dentro, me volteé hacia la superficie del espejo e intenté atravesarla, pero estaba hecha de cristal, un cristal que no cedió ante mis golpes ni se compadeció ante mis gritos. Él me miró con satisfacción y soltó una risa escalofriante que retumbó en los espejos para luego darse vuelta y desaparecer tras la puerta. Mi peor pesadilla estaba consumada, y parecía que al abandonar la mansión había dejado la puerta abierta porque pude oír al viento silbar, ya no hostil sino triste. Era demasiado tarde para cualquier advertencia. Y finalmente entendí que había algo de burla en su silbar, ya que ahora entendía como se sentía estar atrapado fuera de un mundo donde todos corren peligro y no se les puede avisar. Las ventanas selladas....malditas ventanas y espejos sellados....Y suelto estaba el demonio que porta mi cara en ocasiones, con una terrible y maliciosa sonrisa de odio, libre para destruir el mundo, mi universo y despedazar a sangre fría a todos los que alguna vez me importaron....
Soñado o imaginado por
Tenebroso Lucas
En el siguiente momento de la vida:
10/19/2008 02:01:00 a. m.
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jueves, 2 de octubre de 2008
Monstruos
El viento asía sus largos y dorados cabellos, ¡Oh, tan suavemente! Casi tanto como si de infantes indefensos ansiosos de conciliar un sueño mudo cada uno de ellos se tratase. Y ella que ni lo sentía. Estaba demasiado ocupada, perdida dentro de los laberintos de su mente como para notar la delicada seducción que el viento pretendía. Y aún así insistía, pero el viento es sólo viento y nada más. Una y mil veces intentó ella abrir sus ojos en vano. Si no estaban cosidos, estaban soldados sus párpados a su cara. Y eso era no más que un mero mecanismo de defensa de su ser para evitar que los demonios y fantasmas la atacaran en su mente mientras la realidad distraía a sus efímeros y humanos sentidos. Después de todo, como algún sabio habrá dicho, más terribles son los males que oxidan el alma que los que flagelan al cuerpo. Y tanta más verdad había eso que en la verdad más intrínseca y pura. Pero, ¿Y que hay de ella? Los vivos hilos de oro que llovían sobre su cara y sus párpados sellados por la magia más antigua. Y sin embargo corría y escapaba. Dentro de su cabeza, pero lo hacía. Todo el tiempo. Y su morada siendo aquella en donde residen los diezmados de la vida, debía de ser precavida. ¡¿Pero que precavida, ni que ocho cuartos?! ¡Si mucho más segura se hallaba apoyando su cuerpo y su cabeza sobre un epitafio que sobre el hombro de algún lunático! Y es que los muertos descansan en paz y los vivos se cansan en guerra. Es a los vivos a quienes hay que temer y por ello allí su cuerpo reposaba, calmo aunque albergador de terribles víctimas y atacantes, con la mano de algún fallecido anónimo, inmóvil, rozándole el brazo.
Y, ¡Ay del que la escuchara! ¡Si sus gemidos de desasosiego y pánico perturbarían la conciencia del más cuerdo! Corre, corre, bella niña, si correr quisieras, aunque jamás escaparás…. ¡Porque no puedes escapar de ti misma! A no ser, por supuesto, que abras tus ojos sellados. ¿Y de qué monstruos escapas? ¿De que terribles tragedias huyes? ¿De que horrores te alejas? Si todo esta en tu mente y sólo allí. Calla, bella niña, cesa tus gemidos y tu temblar, que mucho turbas el sueño del fallecido, aunque sus muecas no lo delaten ni su cuerpo haga seña alguna.
¡Cómo se tuerce y se retuerce! ¡Cómo se agita su respiración! ¡Cómo se frunce su seño y luchan sus ojos por abrirse! Y proviniendo desde su mismísima esencia, su grito cruzó el cielo y atravesó el mundo. Un grito desquiciante y aterrador. Un grito lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos.
Teme ahora, niña ingenua, y teme realmente, que ya no son fantasía tus demonios ni meros sueños tus pesadillas. Escucha, ya que ver no puedes, cómo la mano que a tu lado hay se cierra, cómo las puertas de los mausoleos se abren, cómo no resuena el latir de ningún corazón en los vacíos agujeros de sus pechos; escucha el silencio sepulcral de sus abiertos y vacíos sepulcros, y óyelos caminar hacia ti, ¡Oh, indefensa imprudente!, con sus pasos irregulares, sus muñecas sin pulso y su pútrido olor. Todavía estas a tiempo, ¡Abre los ojos y sálvate a ti misma! ¡O corre hacia tu salvador que, hincado, de abiertos brazos y espada en mano para combatir a los que daño quisieran hacerte, espera, firme, tu llegada! ¿Cómo es que osaste perturbar el pacífico descanso de los difuntos, tu, una simple humana y sólo por el terror que te has tenido a ti misma? Ahora, intenta conservarte indemne, y ruega a Dios por tu alma, si abrir los ojos para ver tu salvación no pudieres, porque el infierno te reclama y los muertos han venido a buscarte….
Y, ¡Ay del que la escuchara! ¡Si sus gemidos de desasosiego y pánico perturbarían la conciencia del más cuerdo! Corre, corre, bella niña, si correr quisieras, aunque jamás escaparás…. ¡Porque no puedes escapar de ti misma! A no ser, por supuesto, que abras tus ojos sellados. ¿Y de qué monstruos escapas? ¿De que terribles tragedias huyes? ¿De que horrores te alejas? Si todo esta en tu mente y sólo allí. Calla, bella niña, cesa tus gemidos y tu temblar, que mucho turbas el sueño del fallecido, aunque sus muecas no lo delaten ni su cuerpo haga seña alguna.
¡Cómo se tuerce y se retuerce! ¡Cómo se agita su respiración! ¡Cómo se frunce su seño y luchan sus ojos por abrirse! Y proviniendo desde su mismísima esencia, su grito cruzó el cielo y atravesó el mundo. Un grito desquiciante y aterrador. Un grito lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos.
Teme ahora, niña ingenua, y teme realmente, que ya no son fantasía tus demonios ni meros sueños tus pesadillas. Escucha, ya que ver no puedes, cómo la mano que a tu lado hay se cierra, cómo las puertas de los mausoleos se abren, cómo no resuena el latir de ningún corazón en los vacíos agujeros de sus pechos; escucha el silencio sepulcral de sus abiertos y vacíos sepulcros, y óyelos caminar hacia ti, ¡Oh, indefensa imprudente!, con sus pasos irregulares, sus muñecas sin pulso y su pútrido olor. Todavía estas a tiempo, ¡Abre los ojos y sálvate a ti misma! ¡O corre hacia tu salvador que, hincado, de abiertos brazos y espada en mano para combatir a los que daño quisieran hacerte, espera, firme, tu llegada! ¿Cómo es que osaste perturbar el pacífico descanso de los difuntos, tu, una simple humana y sólo por el terror que te has tenido a ti misma? Ahora, intenta conservarte indemne, y ruega a Dios por tu alma, si abrir los ojos para ver tu salvación no pudieres, porque el infierno te reclama y los muertos han venido a buscarte….
Soñado o imaginado por
Tenebroso Lucas
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