jueves, 18 de septiembre de 2008

El Espectáculo

Una rata se desplazaba por el maltratado pasto del patio de la casa de cristal, que era ya casi tierra en su totalidad. Levantaba una casi imperceptible nube de polvo con sus patas al avanzar y atinó a esconderse en el primer agujero que vio cuando el primero de los invitados se acercó con complicados pasos hacia la construcción. El extraño tenía su cara cubierta por una máscara y vestía de gala. Al aproximarse a la casa, cuyo interior no podía ser descifrado a pesar de estar hecha por completo de vidrio, la puerta de la misma se abrió en par, revelando a otra persona vestida de manera similar. El supuesto anfitrión realizó una leve reverencia a la que el invitado respondió con un gesto de su mano, y se movió hacia un costado para dejarlo pasar. El extraño se introdujo en el recinto, sin dudar ni un segundo en aceptar la muda invitación, y la puerta se cerró tras él.

Por más extraño que pareciera, el interior de la casa se sumía en la más desquiciante oscuridad, y el exterior no podía ser visto desde dentro. Los hombres caminaron prolongadamente, bajando unas escaleras eternas y se introdujeron dentro de una habitación dentro de la cual podían escucharse los gritos desesperados de una mujer. Luego de haber cerrado la puerta detrás de ellos, la casa volvió a naufragar en un silencio ahogante del cual ningún ser con la habilidad de oír hubiese podido escapar por más que hubiese querido. Cesó el gritar, los pasos de los hombres parecieron ser engullidos por la oscuridad y alguna que otra voz sorda que pudiese haber sido escuchada desde dentro de la habitación pasó a ser producto de la imaginación de algún desvariado inexistente. Y, por supuesto, luego aparecieron los otros invitados, que, uno a uno, desfilaron por la casa hasta la habitación para luego cerrar la puerta tras sus espaldas

¿Qué estaría sucediendo dentro de aquel lugar al que sólo los enmascarados podían acceder?

Nadie lo sabe. Nadie jamás lo sabrá. Porque nadie con una pizca de cerebro se atrevería jamás a entrar en la habitación y presenciar los horrores de la casa de paredes de cristal que jamás se empaña o ensucia y suelos metálicos que jamás se corroen u oxidan. El simple hecho de imaginar las atrocidades que ocurren allí adentro haría al hombre más valiente temblar y llorar como un pequeño infante. Y es ciertamente una desgracia que tanto yo como ustedes hayamos sido demasiado cobardes como para aventurarnos dentro de la habitación detrás del último enmascarado cuando tuvimos la oportunidad.

Pero, siendo yo un autor curioso y entrometido, hierve en mi interior el ferviente deseo de husmear dentro de la habitación, de infiltrarme entre las sombras y los demonios para descifrar el enigma. ¿Quién más sino yo, alguien que existe, para develar los misterios de lo que no existe? Y debo confesar que mucho me gustaría imaginar, inventar el contenido de aquel infierno del cual me he tomado el trabajo de soñar, o acaso encontrar en la mismísima realidad. Admito, también, que me gustaría abandonarlos a su suerte y disparar al final de esta misma oración el detestable punto final, para que sus mentes se encarguen de darle un contenido al infierno, sin brindarles ni un dato más acerca de sus integrantes, su designio o su apariencia. Pero seré compasivo, no con ustedes, sino conmigo mismo y me tomaré la libertad de abusar de mi omnipotencia como narrador para escabullirme por dentro del cerrojo de aquella bendita (sino maldita) puerta, para terminar de una vez por todas con esta tortura que yo mismo he comenzado al escribir la primera de las letras que dan comienzo a este cuento, y contarles nada más ni nada menos que la realidad de aquella habitación.

La habitación también era presa de una oscuridad casi palpable, pero, sin embargo, la tenue luz de unas velas rojas que descansaban sobre el suelo de metal transformaban las figuras de las personas allí presentes en sombrías criaturas aptas para protagonizar la más terrible pesadilla. Había butacas, varias filas de asientos en los que los enmascarados descansaban, con su atención crucificada en un escenario que se hallaba frente a ellos. Pero el telón estaba bajo; parecía que la función acababa de terminar, ya que los gritos que se habían escuchado cuando la puerta se había abierto para dejar pasar a sus invitados ya no llenaban el lugar. O tal vez aquello había sido un ensayo y la obra no había empezado aún. En aras de descubrir que tragedia a ese lugar concierne decido que eso último sea. Los espectadores se pusieron de pie y aplaudieron al unísono, al tiempo al que el telón se alzaba dejando escucharse nuevamente los desgarradores gritos de aquella mujer. Un gran reflector que del techo colgaba se encendió con un chasquido, bañando en una luz blanca muy potente el escenario. En este pudieron avistarse a varios enmascarados más rodeando a una mesa. En la mesa yacía una mujer desnuda retorciéndose y gritando como si fuera el último de los días. Uno de los que rodeaba a la mujer se le acercó y puso las manos en sus genitales, llevando a cabo movimientos forzados. Los chillidos de la mujer aumentaban en potencia. Así estuvo unos minutos, mientras que los espectadores hacían comentarios preocupados mudos en los oídos de sus acompañantes. Sus expresiones no podían verse, pero algunos de ellos estaban sentados de una manera tan tensa que podía dar a pensar se sentían turbados por la imagen.

Luego, el reflector se apagó, los chillidos de la mujer cesaron de repente y el hombre se apartó. Volviéndose hacia el público, sostuvo en alto algo que a la luz de las velas solo era un bulto que se agitaba en su mano cubierta por un guante blanco, al igual que las manos del resto de los enmascarados. El reflector volvió a encenderse, revelando a un pequeño bebe cubierto en sangre y fluidos, cuyos ojos se cerraron violentamente frente al estímulo de la luz cegadora del reflector dándole de lleno en la cara. El público enmudeció en un silencio que haría, por contraste, que incluso la falta total de sonido fuera un ruido insoportable, inclusive si fuese escuchado por una persona completamente sorda. El anónimo, que lo sostenía colgando de un pie, le dio una leve palmada en la espalda, haciendo que neonato tosiera para dar paso a un llanto apenas audible y, dándolo vuelta, lo alzó a la vista del público. Cuando esto hizo, el reflector se atenuó hasta ser casi imperceptible pero lo suficientemente potente como para que todavía se viese el niño y un reflector iluminó de lleno al público. Los concurrentes se retorcían de terror en las butacas, profiriendo gritos ahogados algunos, cubriéndose las caras otros. Algunos se refugiaban en el pecho de sus acompañantes para no tener que presenciar la escena más horrible que pudiesen ver y estos los rodeaban con sus brazos de manera protectora. Aunque sus máscaras no revelaran su expresión, era casi posible ver el horror a través de ellas.

Las luces se apagaron de repente y el telón cayó. El público aplaudió fervientemente, lejos de estar decepcionados del espectáculo de terror que estaban presenciando. Unos minutos pasaron, tal vez algún interludio en los que los espectadores hablaron los unos con los otros en el más sepulcral silencio. Uno de ellos, sin mover sus labios ni accionar las cuerdas vocales, dijo: “Impresionante, ¿Verdad? ¡Jamás me hubiese esperado algo tan aterrador! ¡Es una suerte que ahora venga el acto de comedia!”.

Y cuando hube terminado de imaginar aquella frase, el reflector se encendió y el telón volvió a abrirse mostrando a una enmascarada de pelo oscuro y largo postrada en el medio del escenario mirando hacia una de las patas. Por ella entró una suerte de muchacho joven sin máscara. Su estatura era media y su contextura normal; su pelo ondulado y sus ojos, marrones. Caminó por el frío piso de plata con sus pies desnudos con expresiones de incomodidad que provocaron alguna que otra risa en el público, y se paró frente a la enmascarada. Estuvo, incómodo y pensativo por unos segundos que, como su cara delataba a gritos, le parecieron eternos. Finalmente, dio un gran suspiro y le dijo, lo más seguro de sí mismo que pudo, “¡Te amo!”. El público estalló en carcajadas animales que duraron varios minutos. Algunos de los espectadores se descostillaban de la risa a sus anchas, retorciéndose en las butacas, otros intentaban reírse moderadamente pero sus máscaras goteaban lágrimas incontenibles de risa, otros aplaudían también, pero todos reían, inclusive la enmascarada. El joven rompió en llanto mirando a su alrededor, desesperado, y salió corriendo por la pata del escenario por la que había entrado. La enmascarada se volvió hacia el público e hizo una reverencia al tiempo al que las luces se apagaban, el telón volvía a caer y el público se ponía de pié para romper en aplausos unísonos, algunos todavía riendo.

Los minutos empezaron a pasar nuevamente y pude imaginar a otro de los desconocidos diciendo: “¡Que espectáculo tan genial! ¡Es mucho mejor de lo que me habían contado! No puedo esperar al tercer acto, dicen que dejan lo mejor para el final.”.

Y el telón una vez más se levantó, aunque me aterra seguir describiendo el desarrollo de los sucesos que tuvieron lugar en dentro de la casa de cristal con pisos de metálicos, ya que, si yo no los narrara, no tendrían que existir. ¿Y no es ya suficiente con los primeros dos actos de aquella obra macabra? No estoy seguro de poder escribir acerca del tercero porque no estoy seguro de poder enfrentarlo, aunque, quizá si lo hiciese me daría cuenta que tal vez no es tan terrible como temo. ¡Pero es que había tantas personas portando máscaras! ¿Y quién sabe qué caras se esconden detrás de ellas, si es que la tienen? No obstante, sería una terrible persona si aquí los abandonara, en la habitación con la multitud de desconocidos que protagonizan el más mísero espectáculo jamás visto. Porque el espectáculo no es lo que presencian, el verdadero espectáculo son ellos mismos, allí, mudos, inexistentes, pero más reales que yo o que cualquiera de ustedes. Y además sería peligroso dejarlos aquí en mi lugar, corriendo el riesgo de imaginar un final que los involucre a ustedes cuando fui yo el que soñó esta casa, estos seres, estos sucesos…. No. Es mi deber como autor hacer el sacrificio de terminar la historia y de salvarlos de sus consecuencias, sea cual sea el costo.

El telón terminó de levantarse y el público me miró, expectante. Yo estaba ahora parado, con un cuerpo imaginario que podría tener la descripción que yo quisiese, mientras que los enmascarados se hundían en sus sillas respirando entrecortadamente, aunque sus pulmones no existieran y el aire no tuviera permitida la entrada allí. ¡Pero yo sí lo necesito! ¡Maldita sea mi imprudencia de imaginar ese detalle! Me llevé las manos hacia el cuello, falto de oxígeno y caí de rodillas al suelo. Mi vista comenzó a nublarse, pero aun así pude ver a varios de los enmascarados llorar de emoción, y sonreír detrás de sus máscaras, satisfechos por la proximidad del final de su espectáculo. Me asfixiaba y ya no tenía salvación. Desde el segundo en el que había escrito que el aire allí no podía entrar, había sentenciado mi muerte, y borrar una palabra sería atentar contra un mundo que ya creé. Es demasiado tarde. Y ahora continúo explicándome y alargando las frases porque tanto yo como los enmascarados sabemos que en cuanto narre mi muerte vendrá el aterrador punto final y dejaremos todos de existir para siempre. Pero ha llegado el momento, ya no puedo aguantar sofocarme un segundo más, así que despídanse de la casa de paredes de cristal y suelos de plata, de la rata, de la habitación, de la oscuridad, de los enmascarados y de mí por siempre, porque para dejar de asfixiarme, y evitar que hagan un espectáculo de ustedes en sus propias mentes como lo hicieron de mí en la mía, haré que todos dejen de existir en el punto final que precede a la próxima oración. Al tiempo a que los espectadores se ponían de pie para aplaudir el espectáculo y a su protagonista que moría en el escenario, yo terminé de desplomarme en el suelo, y, segundos antes de que el telón cayera enterrando para siempre al personaje principal de la obra que entretenía a la miseria, mi corazón dio su último latido.

2 comentarios:

- Lady of the flowers.™ dijo...

U_U
No, no escribas más, sos malísimo... :P ¡MENTIRA! Cada vez mejor, no dejás de sorprenderme :3.
Ahora voto para que te dediques a jugar al truco, a ver si la psicología inversa funciona(?). ¿Qué entendía? xP.
Voy a pasar seguido a leer tus cositas :D (entré en mi blog para firmarte nada más, así que sentite VIP (?)).

Un beso heart ^^.

Cetus dijo...

Esto me gusto...la primera vez que lo lei escrito por Shakespeare.