jueves, 18 de septiembre de 2008

Romance del Alma Perdida

El iris con ira tiñen

Infinitos hilos rojos,

Su alma que sangra y sangra,

Su corazón yace roto.

Mira indefenso a los cielos

Y grita el hombre, agonioso,

Ya nadie hay que lo proteja,

El miedo lo vuelve loco.

De las maldades del mundo,

Este hombre sabe poco.

Tirado en el suelo piensa,

“Somos nada más que polvo,

Un Dios sin ningún creyente,

Una llave sin cerrojo,

El sueño de algún villano

Sobre un diamante precioso.

Somos bestias egoístas

Atrapadas en un pozo”.

Los puños cerrados tiene,

Con fuerza cierra sus ojos.

Sin culpa espera la muerte,

Que ha de llegarle pronto.

De a ratos el cielo mira

Desde su infernal reposo,

Su asco se explaya a gritos

En las muecas de su rostro.

La vida lo ha destrozado,

Lo ha reducido a rastrojos.

Niños de lejos lo miran

Como a un animal rabioso.

El silencio se hace audible

En un chillar bien ruidoso,

Le hace sangrar los oídos

Aquel silencio sonoro.

Las manos pone en el suelo

Y con sus dedos roñosos,

Presión contra éste ejerce

Para levantarse sólo.

Nadie hay que lo ayude,

No quedan supersticiosos

Que en los sentimientos crean

Y entiendan su dolor todo.

En dos pies mirando al cielo

Se ha parado tembloroso,

Ni siquiera el cielo oye

Sus delicados sollozos,

Aunque si bien los oyera,

Seguro juzgaria tontos.

Ahora la muerte desea

Aquel hombre pretencioso,

Aunque un arma no tiene

Para su afán agravioso

De atentar contra su vida,

No importa cual sea el costo.

Sin meditarlo dos veces

Ni siquiera por asomo,

Sus dedos en su sien pone,

Sintiéndose valeroso,

Pero aun así se permite

Una vez mirar de reojo,

En busca de una esperanza,

De algún minúsculo apoyo.

Allí a nadie encuentra,

Ningún salvador o Apóstol,

Su vida de un hilo pende,

Nadie se imagina cómo.

Está sufriendo aquel hombre

Del mundo su desalojo,

Y piensa triste que, incluso,

Con muerte se queda corto.

El sol ya se esta poniendo,

Del hombre se ve el contorno,

Sus dedos pone más firmes,

Y, como si fuera el colmo,

De ellos sale una bala

Que lo atraviesa todo

De una oreja a la otra,

En blanco quedan sus ojos.

Su alma se ha librado

De su entierro en los escombros,

De su vida destruida

Por momentos dolorosos.

Su cuerpo cae de rodillas

Encima de unos retoños,

Carente de toda vida,

Con los ojos ya incoloros,

Su cuerpo tirado queda,

Y, hasta el siguiente otoño,

Su carne al aire se pudre,

De espalda al cielo lluvioso.

Para la vida que crece

Dentro de esos retoños

Que intentan crecer debajo,

Sus huesos son un estorbo.

Pero luchando al fin llegan

A proclamarse exitosos,

Tornándose en una planta

Con flores de color rojo.

Un árbol de lejos mira,

Mira de lejos celoso,

Celoso como ninguno

De que aquel color hermoso

No se vea en sus hojas

Ni se encuentre en su tronco.


Ya nadie recuerda al muerto

Que allí su vida dejó,

Sus problemas ya no existen,

Los niños adultos son.

Ya nadie recuerda el muerto

Que aquel infierno vivió.

Donde ahora esa planta existe,

Fue donde el hombre murió.

Ya nadie recuerda al muerto,

Nadie tiene compasión.

Cuando vean una planta

Con flores de rojo color,

Recuerden al pobre hombre

Que, débil, murió por amor,

Y recen una plegaria,

No importa la religión,

Para que el alma perdida

Encuentre su salvación.

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