El iris con ira tiñen
Infinitos hilos rojos,
Su alma que sangra y sangra,
Su corazón yace roto.
Mira indefenso a los cielos
Y grita el hombre, agonioso,
Ya nadie hay que lo proteja,
El miedo lo vuelve loco.
De las maldades del mundo,
Este hombre sabe poco.
Tirado en el suelo piensa,
“Somos nada más que polvo,
Un Dios sin ningún creyente,
Una llave sin cerrojo,
El sueño de algún villano
Sobre un diamante precioso.
Somos bestias egoístas
Atrapadas en un pozo”.
Los puños cerrados tiene,
Con fuerza cierra sus ojos.
Sin culpa espera la muerte,
Que ha de llegarle pronto.
De a ratos el cielo mira
Desde su infernal reposo,
Su asco se explaya a gritos
En las muecas de su rostro.
La vida lo ha destrozado,
Lo ha reducido a rastrojos.
Niños de lejos lo miran
Como a un animal rabioso.
El silencio se hace audible
En un chillar bien ruidoso,
Le hace sangrar los oídos
Aquel silencio sonoro.
Las manos pone en el suelo
Y con sus dedos roñosos,
Presión contra éste ejerce
Para levantarse sólo.
Nadie hay que lo ayude,
No quedan supersticiosos
Que en los sentimientos crean
Y entiendan su dolor todo.
En dos pies mirando al cielo
Se ha parado tembloroso,
Ni siquiera el cielo oye
Sus delicados sollozos,
Aunque si bien los oyera,
Seguro juzgaria tontos.
Ahora la muerte desea
Aquel hombre pretencioso,
Aunque un arma no tiene
Para su afán agravioso
De atentar contra su vida,
No importa cual sea el costo.
Sin meditarlo dos veces
Ni siquiera por asomo,
Sus dedos en su sien pone,
Sintiéndose valeroso,
Pero aun así se permite
Una vez mirar de reojo,
En busca de una esperanza,
De algún minúsculo apoyo.
Allí a nadie encuentra,
Ningún salvador o Apóstol,
Su vida de un hilo pende,
Nadie se imagina cómo.
Está sufriendo aquel hombre
Del mundo su desalojo,
Y piensa triste que, incluso,
Con muerte se queda corto.
El sol ya se esta poniendo,
Del hombre se ve el contorno,
Sus dedos pone más firmes,
Y, como si fuera el colmo,
De ellos sale una bala
Que lo atraviesa todo
De una oreja a la otra,
En blanco quedan sus ojos.
Su alma se ha librado
De su entierro en los escombros,
De su vida destruida
Por momentos dolorosos.
Su cuerpo cae de rodillas
Encima de unos retoños,
Carente de toda vida,
Con los ojos ya incoloros,
Su cuerpo tirado queda,
Y, hasta el siguiente otoño,
Su carne al aire se pudre,
De espalda al cielo lluvioso.
Para la vida que crece
Dentro de esos retoños
Que intentan crecer debajo,
Sus huesos son un estorbo.
Pero luchando al fin llegan
A proclamarse exitosos,
Tornándose en una planta
Con flores de color rojo.
Un árbol de lejos mira,
Mira de lejos celoso,
Celoso como ninguno
De que aquel color hermoso
No se vea en sus hojas
Ni se encuentre en su tronco.
Ya nadie recuerda al muerto
Que allí su vida dejó,
Sus problemas ya no existen,
Los niños adultos son.
Ya nadie recuerda el muerto
Que aquel infierno vivió.
Donde ahora esa planta existe,
Fue donde el hombre murió.
Ya nadie recuerda al muerto,
Nadie tiene compasión.
Cuando vean una planta
Con flores de rojo color,
Recuerden al pobre hombre
Que, débil, murió por amor,
Y recen una plegaria,
No importa la religión,
Para que el alma perdida
Encuentre su salvación.
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