jueves, 18 de septiembre de 2008

¡Sic Semper Tyrannis! *(1)

La curia romana desfilaba, monótona, hacia el Teatro de Pompeyo, donde habría de reunirse. El César escrutaba la escena desde la lejanía en su balcón de mármol blanco y sonreía. Aun quedaban brasas del fulgor del cual sus ojos habían estado presos hacía sólo unos minutos. El imperio brillaba cual rubí de fuego, ligeramente esmerilado por la garúa invernal. Los Idus de Marzo*(2), épocas de buena fortuna y de prosperidad, desplegaban toda su exquisitez ante las pupilas del Emperador. Las cosas no podrían ser mejores.

Volteándose con elegancia, se desplazó hacia las escaleras y descendió hacia el patio. El viento fluyó, histérico, por entre los pliegues de su toga, pero el Pontifex Maximus *(3), con su cabeza bien en alto, continuó a largas zancadas a través del verde de los pothus y el blanco de los tulipanes, el rosa de las azaleas y el dorado de las macetas de oro macizo. Su paso se vio ininterrumpido hasta alcanzar las mismísimas escaleras de mármol del Teatro, con sus columnas que tocan el cielo y sus techos que sólo los Dioses divisan. Cuánta majestuosidad, cuánta poesía, cuánto fausto. ¡Cuánto poder poseía el César! La magnificencia geográfica y económica del dominio de su imperio era cuasi-infinita.

El primer escalón, y su mente hizo escala en la reunión que estaba por venir. El quinto, y su pecho se colmó con autosuficiencia. El décimo, y su mirada fue interceptada por un ciego cuyo rostro le resultaba familiar. Meses atrás, el mendigo le había advertido del terrible peligro que correría en los Idus de Marzo y él se había reído ante la ridícula idea y le había respondido “Sólo se debe temer al miedo.”. ¡Como si algo pudiera pasarle a él! ¡Y en épocas de prosperidad! El César se le acercó, divertido, y, riendo, le dijo: “¡Los Idus de Marzo ya han llegado!”. El invidente entrecerró sus parpados y pareció tornarse afligido. Con un largo, profundo y sentido suspiro y como si fuese una despedida, sus palabras se emitieron lentamente: “Si, pero no se han ido.”. Acto seguido, desapareció entre el montón de Romanos despreocupados que transitaban las calles, temerosos de que la tormenta se desatara con la fuerza del propio inframundo sobre sus cabezas. El César dejó escapar una ligera risa burlona al tiempo que reanudaba su acenso hacia el interior del Teatro. “Estúpido serás, ciego.”

Luego de haber escalado se permitió echar una vez más un vistazo a las esculturas y pinturas que adornaban la estructura colosal. “Exquisito”, pensó, y fue en ese momento cuando un hombre de barba grisácea apareció por detrás de él y lo llamó por su cargo. “Emperador”, pronunció, “ha usted de seguirnos hacia el foro.”. A su lado se encontraba un grupo de personas de similar aspecto y vestiduras. El César asintió y caminó en silencio por entre las macetas con flores azul oscuro y marrones, siempre mirando al frente, detrás del grupo de senadores. Por unos momentos, creyó escuchar a alguien gritar su nombre, pero hizo caso omiso, atribuyéndoselo al murmullo de los transeúntes.

Los senadores lo condujeron a una habitación anexa al pórtico este del teatro, cuyas paredes eran de un color negro opaco, con relieves en diferentes tonos de rojo, y se introdujeron en ésta esperando que el Emperador los imite. Una vez sucedida esta acción, uno de ellos extrajo una petición escrita en pergamino malgastado y se la facilitó al César, no perdiendo tiempo éste en comenzar a leerla en voz alta. Examinó atentamente cada palabra con su mente, a medida que las leía, meditando acerca de la propuesta hecha: Aparentemente los Senadores deseaban devolverle el poder efectivo al Senado.

Pero entonces, el hombre que le había dado el pergamino, a quien había reconocido como Tulio Cimber, tiró imprevistamente de su túnica. “¿Ista quidem vis est?*(4) le espetó furiosamente el César, fulminándolo con la mirada y gravemente ofendido. ¡Cómo se atrevía ese profano a agredir al Pontifex Maximus, tocándolo contra su voluntad! Sin embargo, el César no había notado que en el momento de incertidumbre, otro de los hombres, Casca, había desenvainado una daga. “¡SIC SEMPER TYRANNIS!”, gritó, asestándole un corte en el cuello. El agredido se volvió rápidamente y, clavando su punzón de escritura en el brazo de su agresor, bramó, colérico “¿Qué haces, Casca, villano?”. ¡Sacrilegio imperdonable era portar armas dentro de las reuniones del Senado! Casca, con su brazo envuelto en el proliferante fluido color escarlata, se desplomó en el suelo, aterrorizado. “¡Adelphe, boethei!*(5), eyaculó en un griego impecable, y en respuesta a esa petición, todos se lanzaron sobre el Emperador. Miles de caras con las más infernales expresiones de furia, odio y codicia atravesaron fugazmente la vista del César, mientras, tirado en el suelo, era víctima de estocadas, patadas y golpes. Intentando defenderse, agarró el pie de uno de sus atacantes, pero cuando subió la mirada, quedó completamente paralizado al encontrarse con nada más y nada menos que la de su mejor amigo y más leal consejero, Marco Junio Bruto. Su sangre se volvió hielo al instante y sus pupilas se contrajeron violentamente. Preso de la miseria que le vomitó en el alma el descubrir su confianza traicionada de la manera más terrible, fue invadido por espasmos de ahogo mientras un cuchillo abstracto, pero mucho más filoso e hiriente que los reales, se hundía en su pecho y traspasaba violentamente su corazón, creando un abismo de oscuridad implosiva aplastante. Reuniendo todas las fuerzas que podría haber usado para pelear pero que ahora habían desaparecido frente a la imagen de la alevosía menos esperada, la mirada del César se llenó de pesar y sus labios musitaron sus ultimas palabras, que prorrumpió en forma de trágico lamento: “¿Et tu, Brute?”*(6). Intentando alejarse, no del ataque, sino de la decepción de la cual jamás podría escapar, se arrastró el César, indefenso, hasta las escaleras bajas del pórtico, donde las puñaladas asestadas en su tórax acabaron con su vida.

Una vez terminada la tarea magnicida, los 60 senadores se levantaron y contemplaron su obra maestra, satisfechos, bebiendo fino vino tinto de una hermosa copa de cristal para festejar. Todos, excepto Bruto, quien yacía de rodillas mirando al cielo. “¿Qué hemos hecho?”, preguntó como fuera de sí, “¿Qué hemos hecho?”. Tomó la copa de cristal y la estrelló contra el suelo, ante el asombro de los otros. “¡¿Es que no lo entienden?!”. Y sus lágrimas mojaron su cara tanto como hizo la furiosa lluvia que se desató. Un fuerte temblor surcó la tierra, con lo que parecía la violenta intención de partirla en dos haciendo que las estructuras amenazaran con colapsar. Los 60 se dispersaban, temerosos ante la ira de sus Dioses, mientras las construcciones se desmoronaban ante los ojos del traidor. Las estatuas y las pinturas, las columnas y los edificios, el Coliseo y el Teatro de Pompeyo. “Hemos destruido un imperio por querer construir otro mejor. Maldita sea nuestra suerte. ¡Que los Dioses se apiaden de nuestras almas.!”. Y la dolida mirada carente de vida del César, quien tenía los ojos abiertos y fijos en él, lo traspasaba, carcomiéndolo poco a poco, lentamente. “Así siempre a los tiranos” bramó el cielo, mientras el mármol, el verde de los pothus, el blanco de los tulipanes, el rosa de las azaleas y el dorado de las macetas de oro, así como las rodillas y los dedos del traidor, se teñían de rojo al entrar en contacto con la sangre del emperador caído antes de ser sepultados todos para siempre y hasta el fin de los tiempos por los escombros de su imperio destruido.


*(1)= Locución Latina: “¡Así siempre a los tiranos!

*(2)= Los Idus de Marzo es la época de prosperidad y buena fortuna que corresponde a la fecha 15 de Marzo. Existen Idus de otros meses que caen en su mayoría en los días 15 y otros en los días 13

*(3)= Sumo pontífice, figura máxima de la religión y representante de los dioses en la tierra.

*(4)=Locución Latina: “¿Qué clase de violencia es esta?

*(5)= Locución Griega: “¡Socorro, hermanos!

*(6)= Locución Latina: “¿Tú también, Bruto?

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