lunes, 22 de junio de 2009

El carrusel de medianoche

Cuando me acerqué y la vi bien, tuve que cubrirme la cara para no ponerme a llorar de la tristeza. Allí estaba sola sobre el caballo maldito, girando, perdida, en el Carrusel de medianoche. Sus cabellos, largos y blancos; sus ojos, rojos como la sangre; su mirada, extraviada en la oscuridad de la noche en un sueño sonámbulo. Pude oír el aire escapar de su boca en forma de un susurro.

"Ayúdame...por favor, ayúdame".

Deja vú.

Temblaba de frío. Necesitaba abrazarla. ¿Qué has hecho, niña tonta? ¿Por qué te has montado en el Carrusel de medianoche? Me acerqué aún más e intenté tomar su mano, pero el Carrusel la alejó de mí con fiereza. El endemoniado caballo fantasma que montaba relinchó en señal de reproche. La vi alejarse e inmediatamente me sentí solo, solo como nunca antes me había sentido.

Y era demasiado tarde.

Esperé y esperé a que volviese a pasar, como un pequeño espera ansioso para agarrar la sortija y reclamar su premio, pero la vuelta fue eterna. La había dejado pasar y ya no volvería a verla jamás. Caí de rodillas al suelo mirando al vacío cielo nocturno, ¿Acaso la luna y las estrellas también me odiaban? ¿Qué había sido lo que la había hecho montarse en el Carrusel de medianoche?

Y entonces recordé mis últimas palabras.

Resonaron en mi cabeza como si alguien las hubiese gritado en mis oídos. No podía ser eso. No podía serlo. Eso no. No, ¡Por Dios, no! ¡No! ¡NO! ¡MALDITA SEA, no! Por favor, no…

Eso no.

No.

La sal de mis lágrimas ardió como fuego en mis ojos y deseé profundamente estar muerto. Mi verdad, tal vez la única que había dicho jamás, nos había condenado. Y escuché su voz a mis espaldas, un sonido que hizo que mi alma se quebrara y abandonara mi cuerpo.

“Desearía saber que quisiste decir antes de dejarme a mi merced acompañada sólo por el eco de tu voz…”

El Carrusel se había detenido. Lloré como nunca antes lo había hecho.

“Escucha…”

Tomó mi mano y la puso sobre su pecho. El silencio taladró mis sentidos.
Y el Carrusel volvió a girar para alejarla de mí, pero yo tiré de su brazo y la arranqué de la montura del caballo maldito. Al caer al suelo su mirada volvió a cobrar vida, como si hubiese despertado de un sueño de antaño.

“Jamás volveré a dejarte ir”.

Y bailamos abrazados al compás de la enfurecida melodía fúnebre del Carrusel de medianoche.

miércoles, 25 de febrero de 2009

La Sombra de un Sueño.

Silencio.
Él giró sobre sus pies y su capa flameó dejando un halo de tristeza a su paso. Vio frente a sus ojos el reflejo de una de sus memorias más antiguas.
Sepia….sepia y silencio.
Sintió un escalofrío atravesarlo como una espada congelada y cerró sus ojos, haciéndose el abatimiento presente y predominante en su demacrado rostro.
Era sólo que estaba harto de llorar.
-¿Por qué? –Le preguntó con amargura. -¿Por qué me persigues con tanto afán?
La dama en blanco y negro permaneció en silencio, sus ojos destilando desolación.
-Hace años que has muerto, querida mía, razón de mi existencia, hace años ya. ¿Por qué es que no puedes descansar en paz ni dejarme descansar a mí?
Silencio.
-Responde, maldita sea –Gritó, mientras sus ojos condensaron su pesar en gotas de agua salada –Respóndeme, por favor, di algo.
Silencio.
Y se sacó su galera con un gesto grácil, arrojándola en el suelo; se deshizo de su capa y se desabrochó las mangas de la camisa blanca. Un golpe sordo pudo escucharse cuando cayó de rodillas al suelo, frente a la figura invisible y muda.
Silencio.
-Estoy sumido en la miseria desde que te fuiste. Estoy sumido en la miseria porque perdí la fe en ti, querida. ¿Por qué quedarme aquí, en la realidad ficticia donde nunca nada existió realmente?
Silencio.
-Lamento que tengas que verme así, querida. Lo siento tanto. Es sólo que…es sólo que no puedo recordar.
Y el hombre rompió a llorar con amargura. Las líneas de su frente se marcaron con violencia y se ocultaron detrás de sus dedos cuando sus manos cubrieron su rostro. Gimió con tristeza. Gritó.
Silencio.
Y luego se puso de pie nuevamente.
-Bien, vete ya. Ya he tenido suficiente. –Dijo con la voz quebrada mientras se secaba las lágrimas de los hinchados ojos rojos.
La figura ya no estaba allí. Nunca había estado.
-Después de todo –Susurró –Tan sólo fuiste la sombra de un sueño…
Y al tomar la pistola de la mesa y ponerla sobre su sien, el rugido de la muerte rompió el silencio con furia.
Y luego...silencio...
Eterno silencio.

El Crepúsculo.

Sólo un trozo de nada y me encuentro a mí mismo tan profundamente hundido en el Crepúsculo que ni siquiera puedo oír a mi corazón latir, si es que late en lo absoluto.

Sólo un pedazo de inexistencia y veo a los sonidos opacarse, oigo a la bruma enlutarse y al todo tornarse de un burdo blanco y negro y tal vez algo sepia; puedo sentir cómo el tiempo se ralentiza y percibir el aire hacerse grumoso y helado; es como si un trozo de hielo ardiente derritiese mis pulmones al entrar en contacto.

Sólo un paso hacia otro mundo y atravieso el contorno de mi sombra para adentrarme en mi comarca, donde nadie puede verme, pues el lúgubre reflejo de mi existencia se vuelve borroso para aquellos que sólo ven lo que sus ojos les muestran, sin reparar en la otra dimensión, en la otra realidad que se trama como el cobre bajo el caucho de un cable, una dimensión donde los pensamientos toman formas y colores, donde los sentimientos tiñen el asqueroso negro nada de la atmósfera de ese infierno de ciegos y paraíso de águilas de rojos, azules, verdes y dorados, y nunca grises, nunca jamás grises.

Sólo un pequeño impulso y mi sombra se alzó sobre sus pies, profanando aquel espacio que jamás le perteneció; y yo la atravesé con un zumbido en mis oídos, y pude ver al mundo siendo consumido por el Crepúsculo, aquel monstruo invisible que drena las energías de sus habitantes, hasta convertirlos en falsos fantasmas, meras sombras de un sueño o de un recuerdo, que vagan por su periferia hasta el fin de los días, si es que los días existen o tienen un fin en lo absoluto.

Sólo unos ilusos minutos, que ni siquiera lo fueron, pues el tiempo en el Crepúsculo pareciera reptar en su carrera con aquel de la realidad que va al trote o al galope; sólo unos tontos e insensibles minutos, unos meros e infames segundos y sentí como se me secaba la garganta y como la boca de mi estomago se volvía roca en un desesperado grito que me reclamaba que saliese de mi sombra, para que mi rostro sintiese el viento, para que mis ojos percibiesen los colores de lo que se ve y no de lo que se siente, para que mis oídos se regodearan ante la música de la realidad en contraste con el silencio de la ficción.

Sólo un pensamiento que intentó formar parte de mi hundimiento y lo logró, fue lo que me empujó a hacer algo estúpido y temerario: volver a levantar a mi sombra sobre sus pies, incluso dentro del Crepúsculo y volver a atravesarla para caer de bruces sobre el piso de la segunda capa, aun más grumosa y sombría, aun más fría y silenciosa, aun mas peligrosa y acechante, pues sus largos labios invisibles drenan las esperanzas y las ganas de vivir y las ahogan en un lago inescrutable de sombras que reclaman a la próxima víctima de aquel mundo de mi mente, con aullidos que erizan los pelos de la espalda y paralizan de pavor.

Sólo unos momentos, momentos que no transcurrieron en ningún plano de la realidad, momentos que no avanzaron ninguna manecilla de ningún reloj del mundo, y sólo una imagen, una maldita imagen que se interpuso entre mi y mi sombra al intentar escapar de aquel mundo estúpido y solitario en el que yo mismo me había dejado a mí mismo enterrarme; y fue demasiado tarde (acaso siempre lo había sido) pues mis pies se desvanecieron, mi alma se dispersó como un diente de león en la espesura del Crepúsculo y los colores de mis sentimientos se tornaron primero sepia y después de un sordo blanco y negro que nunca jamás nadie vio, porque nunca nadie entró a aquel infierno de ciegos y paraíso de águilas, nunca jamás profanó una sombra el lugar que le era prohibido, nunca nadie supo ni escuchó hablar del Crepúsculo que, en algún putrefacto rincón de mi inconciencia, tiene encadenada mi esencia a sus tinieblas.

viernes, 28 de noviembre de 2008

La princesa de la noche

Álzase la Noche, en vela,
Con sus cabellos de estrella;
Su oscuridad, la más bella,
Ni el cielo, celeste tela,
Su eterna pureza recela.
Levántase de su lecho
Que de mil rosas está hecho
Y de mil estrellas fugaces;
La luna en todas sus fases
Cuelga firme de su pecho.

La princesa de la noche,
Con sus labios color fresa,
Muy calma se despereza;
Del sueño siente el reproche.
Sus recuerdos de trasnoche
Le llegan ahora borrosos:
Había un príncipe ambicioso
Que, tan suave como el viento,
Le quiso robar su aliento
En un sueño fabuloso.

Con su mirada perdida,
La vio el príncipe en el cielo
Escondiéndose en su velo,
Tan rebosante de vida.
“¡Ay, mi princesa prohibida!
¡Ay, mi princesa soñada,
Salida de un cuento de hadas!
¡Si tan sólo yo pudiera
Conseguir una escalera
Que llegue hasta tu morada!”

“¡Cuánto quisiera robarte
De los brazos de este mundo!
¿Por qué es que es tan profundo
Mi deseo de arrancarte
De la triste luz de Marte
Que a tu ser tiñe de rojo?
¿Por qué será que mis ojos
De los tuyos forman parte?”

Y, con su mirada resuelta,
El hombre escaló las nubes.
“¿Y por qué es que hasta mí subes?”
Inquirió con voz esbelta
La princesa desenvuelta,
Y por poco no escuchó
Lo que él le respondió:
Dormitando había estado
En su vil lecho dorado
Y ahora despertó.

“Duerme ya, princesa mía,
Aquí te estoy esperando;
Y no me importa hasta cuando,
Siempre y cuando llegue el día
De estar en tu compañía,
Al fin, de una vez por todas,
Porque me brotan las odas
Estando en vuestra presencia.
¡Oh, princesa de mi esencia
Y mis fantasías todas…!”

Soledad

Juan siempre fue un sujeto perturbado, siempre terriblemente ansioso y estresado hasta el hartazgo por su trabajo en la embajada de mierda, con los embajadores rompiéndote las pelotas constantemente, el chino del orto con su taichichuán y no se qué, el inglés con sus jawariús, el rusos con sus jarayós y la puta madre que los parió a todos, y la frustración de Juan por su trabajo no deseado y terriblemente esclavizante lo llevaba a acumular ira en cantidades industriales, que se escapaba ligeramente cada vez que le venía alguien con que señor el embajador francés pide hablar con usted y Juan insultaba hasta a la vieja del Franchute de mierda que son las doce de la noche y ya me quiero ir para mi casa que no se bancaba ni él mismo; y ni bien llegaba a la casa y preguntaba qué había de comer que me cago de hambre y encontraba la comida fría en la mesa y la mujer que ya se había ido a acostar hacía horas y siempre lo mismo con esta gorda inútil que me deja siempre comiendo solo, y se sentaba a la mesa refunfuñando, mientras escaleras arriba en un cuarto de seda pagada con la dura ausencia de un marido infiel y los pedazos de la promesa rota de una familia feliz, la esposa suspiraba de tristeza y sólo dejaba de hacerlo ni bien escuchaba el estruendo de la puerta abriéndose violentamente y el ¿estás despierta?, ni para coger me sirve ahora, y seguro, si se acuesta con la secretaria, con la embajadora de Pakistán, con la cajera del banco, ¿cómo voy a hacer el amor con alguien que se acuesta con todo lo que tiene patas y olor a mina?, y mientras sus pensamientos flotaban silenciosos como el viento que acariciaba el vidrio de la ventana, Juan gritaba en sueños vagos y borrosos que no me rompas las pelotas que te voy a pegar un tiro, y al lado suyo un giro y un suspiro, este algún día nos mata a todos, y un par de horas después el despertador chirriaba insoportablemente que un día lo tiro por la ventana, te juro, y Juan le daba un golpe impersonal, más para romperlo que para silenciarlo, para luego levantarse y quemarse un poco con el agua de la ducha y este calefón de mierda que anda para el orto, que algún día lo iba a tirar a la mierda, y arrastraba los pies, exhausto de su entorno, por la alfombra gris, mojándola toda y después soy yo la que tiene que secar cuándo se va y si no estaba impecable le gritaba hasta quedarse sin voz que no servís ni para secar la alfombra, sin saber por que mierda se había casado con ella, que encima de gorda era inútil y encima de inútil era gorda, y se afeitaba la barba minuciosamente sin tocar siquiera un pelo de su bigote impecable teñido por alguna que otra cana que le daba un aire más varonil que era lo que me seducía cuando entraba en la oficina con su sombrero y su portafolio y me daban ganas de que me tire ahí nomás arriba del escritorio y me tocara con sus manos asquerosas con olor a nicotina de años anteriores y me dijera que sos una putita, que no serías mi secretaria si no tuvieras tan buenas tetas, y la esposa que no sospecha un carajo porque lo único que hace es estar acostada todo el día como la gorda inútil que es, mirándolo desde la cama afeitarse cual dictador impune de una vida robada y un día se iba a morir y yo iba a ser libre, libre para levantarme de esta cama, libre para formar una familia como esposa y no como esclava, libre de una vez por todas de aquel suplicio de polo inaccesible que jamás veía su crepúsculo, en el cual estaba presa hacía ya 14 largos años en los que había visto canas poblarle el pelo, arrugas desfigurarle la cara, los rollitos de mierda que me tienen loca, y por lo menos 10 años enclaustrada en la cama, 10 años, 10, 11, 12 y el reloj con malla de oro y vidrio de cristal de Juan tenía la arandelita de mierda que se corre ni bien la tocás que algún día la arranco a la mierda en el 12 que ahí esta en su lugar, en el lugar en el que vino de fábrica y en el lugar en el que iba a estar hasta que a mí se me de vuelta el culo y la ponga en el dos, porque todo lo molestaba últimamente, todo le rompía soberanamente las pelotas, los embajadores de mierda, el despertador, la gorda, el calefón del orto, que un día me voy a cagar quemando vivo si no se arregla esa mierda; y ya aseado y afeitado, con excepción, por supuesto, de ese bigote varonil que me mueve las hormonas y me dan ganas de entregármele toda arriba de la mesa del escritorio de roble; se dirigió a su auto de mierda que tiene más problemas que los Pérez García, con su patente vencida de la camada anterior y sus vidrios polarizados por la mugre que había venido acumulando desde hacía ya años, y que hacía juego con los asientos mugrientos estos que si no los limpio yo no los limpia nadie porque la gorda de mierda no es capaz ni de pasarle un trapo, es más inútil que un forro pinchado, y apoyaba la espalda en la grasa, daba una vuelta a la llave, hundía el pie en la capa de suciedad que recubría el acelerador, y allá iba Juan el mal vecino que se la pasa gritando y nunca nos deja dormir, que le tenemos que tapar los oídos a mi nene para que no escuche las barbaridades que le grita a la pobre Cristo de la mujer que es una gorda de m….y no se cuantas chanchadas más, y yo que tengo dos hijos que se la pasan repitiendo lo que escuchan al lado y yo que tengo una bebita y el sacado de mi vecino que pone su música a todo lo que da y ya no se que más hacer para que los vecinos del orto me dejen de romper las bolas con que baje la musiquita señor que tengo nenes y la re concha de sus madres, ahora te la subo más porque yo la escucho alta y estoy todo el día rompiéndome el orto en el laburo y llego a mi casa y todo el mundo baje la musiquita un día los voy a cagar a tiros y la gorda inútil de mi mujer que no es capaz ni de llevarme un vaso con soda mientras corto el pasto que no corta nadie, porque a todo el mundo le chupa un huevo todo, y me grita también que la musiquita y me tienen las pelotas inflamadas porque si no limpio yo, la casa es una mugre, y se la pasa quejándose de que no hago nada pero ni bien intento hacer algo me grita porque lo hago mal y no se cómo quiere que haga las cosas, y me pide el mate pero siempre está o muy frío o que te pasaste con la azúcar, es un asco este mate de mierda, ni para hacer mate servís, y le paso el trapo y se queja, con la comida se queja y cuando no la hago se queja todavía más y ya no se, no hay una que le venga bien, nunca hace un carajo y encima cuando lo hago yo, se queja de que no paso tiempo con ella, no hay poronga que le venga bien, cómo a todas las minas, y sus pensamientos se perdían entre los punteos de una guitarra eléctrica que salían del estéreo de mierda que se escucha para el orto, un día lo arranco a la mierda y le pongo un Sony, que los Sony sí son buenos, no como esta poronga, y escuchaba las mismas cuatro canciones que había venido escuchando desde hacía diez míseros años en el camino al trabajo nuevo que me dieron, no sabés, mi amor, es la embajada, ahí esta la movida, ahora vamos a poder ahorrar, comprarnos una casita, formar una familia, irnos de vacaciones, mi amor, que suerte, al fin una buena mi vida, tanto tiempo que esperaste a que te ofrecieran el puesto y al fin te lo dieron mi amor, celebremos con una copita de champán y habían sido tan felices esa noche, el futuro al fin se veía prometedor en aquel instante que la furia y el malhumor habían ido borrando de la mente de Juan hasta que sólo quedaba la vaga silueta de una sonrisa en algún recuerdo borroso de antaño en blanco y negro, de una vida que hacía años ya no era suya y era del trabajo de mierda que me tiene las bolas llenas, en el que entraba a las ocho de la mañana y salía a las doce de la noche con suerte, si al ministro de Yugoslavia se le canta el octavo forro del orto posponer la reunión de mierda, en la que las venas que hacía años tenía grabadas en el cuello le bombeaban sangre a su boca para seguir gritándoles órdenes a sus subordinados inútiles, que le sirvan un café, carajo, que me quedo dormido, que me traigan el Olé que quiero ver como salió boca, que me traigan un almohadoncito para apoyar las patas con olor a queso fermentado de la época de Colón, que arriba del roble se me duermen, pero señor no podemos, pero señor tres carajos, que se la saquen a la reina de Inglaterra y se la traigan si es necesario, que se naden el Atlántico de espaldas, me chupa un huevo, pero me la traen o los echo a la mierda, carajo, estos pibes de ahora que les chupa todo un huevo y no tienen respeto por sus superiores, porque ahí mandaba él y él era la ley y el orden, y cualquiera que se me retobe lo hecho a la mierda, que me vienen a joder con sus no puedo y sus pero señor por favor sea razonable, y encima le venían a pedir un aumento después, pero que aumento ni que poronga, volá de acá que te echo a la mierda, y giraba en su silla de cuero, asediado por el abrumador tedio que el incesante juguetear de sus dedos con la corbata lisa color morado no había podido aplacar siquiera un poco, mientras el pobre diablo al que había contratado, para que le traiga el café y que más, si lo único que saben hacer estos pendejos es bolitas con el moco, palidecía ante algún pomposo ministro europeo tratando de explicarle que el señor está muy ocupado porque le surgió una reunión de último momento y no la pudo posponer, y el gallego me respondía que joder, siempre lo mismo con este tío, y yo me limpiaba el sudor frío de la frente y me preguntaba cuantas veces más iba a poder meterle una excusa para que se vaya mientras el jefe se rasca las bolas en su oficina, con las patas desnudas apoyadas en el almohadón improvisado con un trapo de piso y algunas plumas que le habían podido arrancar a alguna pobre paloma que habían encontrado en el techo para servir a su señor y amo que algunos sospechaban, podía dictar las leyes de la física, y corrían a traerle el sudoku para que no se aburriera, porque si llega a ponerse cabrón la ligamos todos, y Juan que fruncía el seño, perturbando ligeramente la tranquilidad de su bigote dictatorial, esta mierda no me sale, es imposible, que venga alguien y me lo resuelva o los hecho a todos a la mierda, y siempre lo mismo con este trabajo de mierda que tengo, no veo la hora de jubilarme, a pesar de que ya estaba en los cincuenta años, la puta que me parió, ya estoy viejo, y la edad que se le escurría por los canales que formaban las arrugas en su piel, en la putrefacción avanzada de los dedos de sus pies, con la uña del dedo gordo encarnada por enésima vez, la puta que la parió, cuantas veces la voy a tener que arrancar con la pinza que encontraba en la caja de herramientas que llevaba por todo el patio de la casa como si fuera parte de su cuerpo, para sacar y poner clavos y cambiar lamparitas y hacer algún que otro agujero en la pared, y la puta madre no termino más, encima que la gorda inútil de mi esposa no es capaz de darme una mano, ni siquiera de traerme un vaso de soda, o un puto mate, porque estaba crucificada a la cama, pobre cristo, nunca sale, antes hablaba conmigo en la medianera, hace años ya, antes de que nacieran mis nenes, antes de que empezaran la música fuerte y los gritos del sacado del marido que nos atormenta día y noche, porque por más que Juan pasaba más de tres cuartos del día en el trabajo, de alguna manera pasaba otros tres cuartos del día en la casa, molestando al inmolestable, gritándole ordenes a sus esclavos por teléfono, que para mañana a primera hora quiero todo el papeleo en mi escritorio, el sudoku, el almohadón, el café y me llaman a Marianita la secretaria, que me la vengo empomando desde hace años sin que nadie se de cuenta, por más que solo había entrado a la empresa la semana pasada, porque Marianita vestía una cara diferente cada mes pero que me importa, lo que importan son las tetas, que tenga buenas tetas, eso es lo único que le importa, el busto, y se cree que no nos damos cuenta que obliga a las pobres jóvenes que emplea a darle el placer vacío y hueco que no encuentra ya ni en el futuro, ni en el pasado borrado de su mente, ni en la promesa de una familia, ni en su reflejo en las iris tristes de su condenada esposa, enterrada viva en la cama, se cree que no escuchamos los gemidos, los gritos de auxilio, se cree que no nos preguntamos por que cambia de secretaria cada semana, por que las chicas salen llorando, o con la vista perdida en el vacío, si el monstruo había salido de repente de uno de los cajones del escritorio y la había llevado a la fuerza, de los pelos a la cárcel dorada con el escritorio de roble y la había agarrado con sus manos gastadas de fumador compulsivo invisible, ya que nadie le había visto nunca un cigarrillo en la mano, con su pútrido aliento, que te quedes quieta carajo, y le abría la blusa, toscamente, falto de toda atmósfera seductiva, alucinando con que soñábamos con su bigote sucio y barriga sudada en nuestras siestas de verano, enclaustradas en la empresa que regía la bestia de los gritos, pero que le vamos a hacer, quién le va a decir algo, si algún día saca un arma y los cago a tiros a todos así que no vieron nada y nadie abre la boca, y bajaba la mirada de cerdo frustrado hacia la hoja casi completa del sudoku de hoy y ponía el último número que le daba todo y la puta madre hoy los terminé todos así que me traen otro, pero señor vienen con el diario, y hagan salir la edición de mañana hoy, no se, pero me lo traen o los echo a la mierda a todos, y se paraba a mirar por la ventana, embadurnado en la mugre de un amor apurado y carnal que solo él creía disfrutar, porque no lo satisfacía, nada lo satisfacía, ni siquiera el intento de recordar aquellos días en los que miraba la luna y se emocionaba, miraba el sol poniéndose y era más un ¡que hermosura!, que el la puta que lo parió ya es de noche de ahora, y agarraba el maletín, el sombrero y el diario y se perdía en los pasillos que daban al auto, ignorando que señor no llenó los formularios que le mandaron de Nueva Zelanda, y llénenlos ustedes para que carajo les pago, inútiles, la puta que los parió, no sirven para nada, y abría la puerta agobiado por otro día del orto en el trabajo de mierda que me tiene las bolas llenas y se lanzaba hacia la noche, que se alejaba de él, un poco por miedo, un poco por las luces altas que no debería tener puestas en la calle este pelotudo que no veo un carajo, las luces pelotudo, pelotudo vos malcojido, bajate del auto que te cago a trompadas, y deslizaba la mano robusta abajo del asiento y sacaba el arma y ahora vas a ver como te cago a tiros pelotudo, porque la tenía ahí abajo por si a algún negro de mierda se le ocurre robarme, estos negros de mierda hay que matarlos a todos, hay que quemarles las chocitas de mierda en las villas sucias esas donde las pendejas se prostituyen a los 9 y te hacen un pete por dos pesos, sucias de mierda, que cuelgan la ropa en la reja que da a la autopista y me dan un asco que los cagaría a tiros, un día cuando me vengan a limpiar el vidrio en el semáforo les voy a pegar un tiro y van a ver esos negros de mierda, y cada vez que agarraba el arma más ganas le daban de cumplir todos sus algún día ese mismo día, algún día me voy a rayar y van a ver todos, porque todos están contra mí, hasta esta antena de mierda que no me agarra la radio, un día la arranco a la mierda, y las voces distorsionadas de la estática de la radio se burlaban de su furia en su cabeza desde hacía meses que tengo esta radio de mierda sonándome en el oído, te juro que escucho una radio, no se que carajo será, y al médico no voy un carajo, si son unos charlatanes ineptos que no sirven para nada, que cada vez que le habían puesto un yeso se lo había sacado a la mierda porque total yo me curo sólo, y el dolor me lo banco, pero la radio te juro que me tiene las pelotas llenas, lo molestaba mientras desplazaba agresivamente por el patio para entrar a su casa, y otra vez la comida fría esta gorda inútil que no sirve ni para hacerme compañía, no se para que me casé, mientras comía con la boca abierta pasando frenéticamente los canales sin ver ni oír nada, porque hacía años que ya no veía ni oía nada, a tal punto que no notó la ausencia de la mujer en la cama ni la primer noche, ni la cuarta, ni al año siguiente, nunca se preguntó si se había escapado con algún amante, si se había ido sola, o si simplemente se la había tragado la cama, no, se despertó que la gorda de mierda no sirve ni para hacer el desayuno, y tampoco notó que los vecinos se habían mudado hacía ya años, se metió en el auto que los vecinos de mierda, mirá como les pongo el equipo de música a todo lo que da y se lo dejo prendido todo el día, y tampoco notó que no quedaban autos ya en la calle, ni tampoco gente, manejó que un día voy a agarrar el arma y voy a matar a todos los negros de mierda que te roban y a todos los pelotudos que te pelean por cualquier boludés, y tampoco notó que ya no quedaban ni su secretaria ni sus empleados, que el ministerio se había mudado de edificio, que lo habían reemplazado, que ya nadie escuchaba sus órdenes de que me traigas el sudoku carajo, y la almohadita, y decile a Marianita que pase, porque hacía años que se había quedado solo, completamente solo, cortando el pasto de mierda que si no lo corto yo, no lo corta nadie, cambiando lamparitas, sacando clavos y haciendo agujeros y pasaron varios años hasta que se despertó y no vio a la gorda de mierda y donde carajo se metió, no vio a los inútiles de sus empleados, donde carajo están, no vio al negro de mierda en el semáforo, la puta que los parió, dónde carajo está todo el mundo, que los traigan ahora, como se atreven a dejarme, hijos de puta, desagradecidos, con todo lo que yo hice por ellos, me rompo el culo laburando para que a la gorda puta de mi mujer no le falte nada y me abandona, les pago el sueldo a mis empleados y me renuncian, la puta que los parió, y sólo quedaba él en el mundo para sacarse la furia de sus un día los voy a cagar a tiros a todos, nadie a quien gritarle, nadie a quien ordenar, la puta madre, como se atreven a dejarme solo, y buscó el arma debajo del siento pero no la encontró, ¿vos también, la puta madre?, así que se acostó en la cama y cerró los ojos, algún día volverán, hijos de puta, no son nada sin mí, y se durmió sin soñar, para mañana llegar temprano al trabajo de mierda que me tiene las bolas llenas, y volver a engañarse en su ilusión de antaño, dónde, al igual que desde ya hacía diez años en la triste realidad solitaria, sólo se escuchaban sus gritos y el silencio que hacía eco en el hueco de soledad inllenable, que corrompía su alma oxidada y destruida….

Elementos

Viento

¡Oh, amante átona, nocturna, que acaricia los rojos y los azules!, tus silbidos resuenan, armonizándose con los grises y los negros, y me abrazan cuando nadie más lo hace; no te vayas nunca más.
Llena mis pulmones, ¡Oh, ente divino! ¡Usa tus brazos que sostienen a las estrellas en lo alto para estrecharme y asfixiarme, para fundirte con mi alma!
Y no te vayas. Jamás.
¡Pero es que tus pasos resuenan en los callejones del otoño con ese ruido a imperio y ese sabor a despedida muda, y no me dejan dormir!
Amánsate, duerme, bestia pasional; arrodíllate ante mis pies, mesmerizada por los suspiros de mi desdicha; muere en mis brazos, pero calla.
Calla, ¡Te lo suplico! ¡Calla!
¿Por qué es que me amas de mentira y luego suspiras con tu aliento lunar en el oído, en la nuca de alguien más?
Si no somos dos, entonces calla.
¡Calla, maldita sea!
Pero no te vayas jamás...



Agua

¡Oh, amante dulce, oriunda de los cirros y los cúmulos!, ¿Por qué es que me acaricias tan suavemente?
¿Cómo es que te escurres por mi espalda, cual escalofrío de reencuentro, para morir en mis pies, en el suelo de losa azulina?
Y llueves, tan inocente, sobre mis cabellos de hilo azabache, arrullando mis mejillas; y mis ojos se reflejan en el infinito de tus gotas; el marrón de mis iris te invade, te profana, ¡Y tú tan pura!
Mi cuerpo, desnudo, abraza a tu esencia y se limpia de todo pecado, ¡Oh, agua divina! Y llueves sobre mí, ardiendo, con tanta pasión, que por poco te veo vapor; y ruego no te me hagas cristal entre los dedos y te resbales, blanquecina, como arena arisca, escapándote de mis abrazos y de mi amor de navegante.
Yo tan burdo, ¡Y tú tan pura!
¡Pero espera! ¡No tan rápido! ¡Que ya brillo pero todavía te quiero! ¿Por qué es que corres por mi piel, color nieve de tu esencia, y me abandonas refugiándote en la oscuridad del drenaje, hedionda morada de los desechos de los impuros?
Tú, tan pura...
Tal vez tu llover sobre mi espalda, mi llover sobre tu pecho; nuestro llover boreal nos delató.
¿Acaso vienen a cazarnos? A ajusticiarnos por herejes, amantes descuidados...
Pero ya te extraño, ángel de las nubes, rumor de los cielos acrílicos que lloran.
Extraño tu caricia, extraño tu murmullo y te extraño... ¡Tan pura!



Fuego

¡Oh, amante insaciable, bailarina de los tormentos! ¿Por qué es que quema tu contacto pero entibia tu caricia?
Ninfa maldita del deseo, ¿Cómo es que te burlas así de tus amantes urgentes y tus enamorados honestos, con tu distancia mordaz e inapelable?
¡Maldición irremediable la que disfrazan tus velos de ramera árabe! La necrosis de tus jeques: los que ceden, carbonizados; los que esperan, corroídos por el tiempo.
Y es que satirizas a las arenas con tu danza de seducción enfermiza y te vuelves loca cuando te enfrentas con los otros tres; te sacudes con violencia intentando hacer tuyo todo lo que tocas.
Y todo lo material se te une, ¡Feliz de ti, maldita!, pero todo lo humano se destruye, ¡Pobre de ti, maldita! Pobre de ti...tan sola, tan perdida...
Ardes en tu cristal rojo, con tu azul tranquilo y tu naranja agresivo; y el aire te mantiene viva. ¡Pobre de ti! ¡Tan sola, tan perdida!
La amante prohibida, tan pobre, tan corroída...



Tierra

¡Oh, amante sabia, habitación del mundo, envidia del universo! ¡Morada de los muertos, alfa y omega!
Tan magna, tan conocedora, ciega a los rojos, imposible de engañar. La amante prohibida no te tienta, la amante dulce te alimenta, la amante átona te suspende.
¡Oh, madre de todas las cosas! ¡Es que amarte me avergüenza! Tan sagrada, ¡Tan perfecta!
Tu furia es la que tiembla; tus nubes, las de polvo y arena.
Frente a ti me postro... ¡Hermana del tiempo! ¡Tan antigua y tan fresca!



Tiempo

¡Oh, amante cruel, jueza impertérrita del destino! Las arenas que se deslizan por el transparente vidrio, no perdona ni acaricia.
¡Amante celosa, amante fría! Desmenuzas el alma mía con el desliz de tus agujas, con el peso de tus granos, tentados por la gravedad a dejarse caer en el abismo que define la mortalidad.
¡Amante dormida, amante maestra! ¿Quién sino tú para enseñarme la vida en unas líneas de nada, garabateadas sobre la tapa del baúl más secreto de mi mente?
¿Quién sino tú para golpearme con tu puño de despertar? ¡Dime! ¿Quién sino tú, la enemiga más acérrima de Apolo?
¡Amante egoísta, amante traviesa! ¡Sueña mi vida y no dejes que me torne pesadilla!
Y cuando abras los ojos,
Todo se termina...

miércoles, 22 de octubre de 2008

Amor Industrial

Recuerdos color ruido, chirridos sabor noche, cadenas olor vos.
Mar de piedras y basura entre vastas y pútridas maderas; escenarios pálidos y llenos de rojo.
Rojo, rojo por doquier, rojo, rojo.
Discos oxidados y rieles que de música sirven al sentir de Platón, suyas son mis sonrisas, vuestros los rincones de mi mente que de letras me distraen y definen en ritmo a los tambores del amar.
Tonalidades de marrones infinitas en profundidad que disparan, de a momentos, contra mi sanidad; y siempre el mismo sonar es el que incita a los tímpanos a enamorarse ante la mínima reminiscencia de sus Bemoles y Mayores, todas notas muertas, enterradas y olvidadas.
Óleo sagrado que limpia; santa inocencia que ensucia ¡Oh! ¡Cómo, si me postrara yo, destruiría a las hadas y a sus bosques la cuota de realidad carnal que detrás del vuestro velo oriental se esconde!
Muerte a los ángeles de la salvación y vida eterna a quien mucho se contentare con el cantar de los funestos vagones añil.
Una historia de amor de dos, susurrada con recelo en la sinapsis de las neuronas de uno.
Las mías condolencias, las vuestras carcajadas, las mías también.
Y sólo dos palabras, con seis mil seiscientos setenta y un millones seiscientos setenta y nueve mil treinta y cuatro significados diferentes podrían resumirlo todo, sin ser del todo mentira, sin ser del todo verdad.
¡Muerte al que las pronuncie! ¡Ruede su cabeza en polvo!
Pero esto es mío, el silencio y el amor industrial que evoca en mi mente con una simple bocina, todos los recuerdos que regocijo traen a mí cansada ánima.
Y nunca me canso de soñar con que quizás algún día musiten tus labios mi nombre en la umbra de una sonrisa....

domingo, 19 de octubre de 2008

El Salón de Espejos

Ah, pero si es que muchos minutos, acaso horas, habían pasado desde que apoyé mi congestionada cabeza sobre la almohada y mis ojos se rehusaban a adornar los sentidos de mi inconsciente con cualquier vestigio de sueño. ¡Nada de sueño, nada de sueño! Mi mente se rehusaba a descansar. ¡Y menos con la voraz ánima del viento y su orquesta de edificios, a los que azotaba con una violencia un tanto caprichosa! Un ruido tan potente y aterrador que un ciego lo habría visto, bailando una danza macabra, deslizándose con gracia maquiavélica por los recovecos que encontraba entre el suelo y las puertas de roble y oro. Y mi mansión temblaba azotada por aquella figura invisible, hostil, sagaz, que buscaba una entrada a mi fortaleza dorada indestructible, tal vez para destruirme, tal vez para advertirme, aunque en las profundidades del océano de sábanas en el que buceaba intentando conciliar el sueño, jamás se me hubiera siquiera cruzado la idea de comprobarlo. Y la almohada me cubría los oídos, como una madre le cubre los ojos a su niño frente a un acto horroroso, y la cama me abrazaba cual amante despechada, reticente a la inevitable partida de su amado. Yo, mientras tanto, corría detrás del sueño que se escondía entre las perlas de las cortinas, y los diamantes que residían en los cajones; entre las costosas pinturas y la madera tallada de los marcos de las ventanas selladas a las que el viento castigaba con desesperación.
La mansión era tan grande que daba una extraña sensación cruzar el mismo pasillo dos veces, dormir en la misma habitación dos noches, presenciar al sol enterrarse en el horizonte a través del mismo cristal. Y tan segura. Excepto tal vez, de lo que había dentro, de la mísera elegancia hipócrita y de la soledad. La soledad que se sienta en la mesa cuando uno desayuna y uno se acostumbra tanto a verla que hasta le pone un plato y una copa de oro y la sirve como reina, para no olvidarse lo que es servir. Las mucamas, los mayordomos y los criados imaginarios que se deslizan por las alfombras con velocidad, ansiosos por seguir las órdenes de su amo. Todo eso y el silencio, la tranquilidad, causa aparente y motivo único de los ataques del monstruoso viento, que acecha en cada esquina.
De pronto, la cama me vomitó sobre mis pies, y me encontré caminando por la casa, sintiendo el juguetón cosquilleo con el que la alfombra molestaba inocentemente a mis dedos desnudos. Y caminé unos varios metros, con un cierto desasosiego in crescendo, hasta dar con las escaleras que bajaban al hall principal de la casa. En el medio del hall había un hombre parado con una sonrisa en el rostro que se proyectó hacia mí a la velocidad de la luz, entrando por mi espalda y atravesando mi columna vertebral metamorfoseándose en un horrible escalofrío; y luego de un parpadeo, se desvaneció. Un tanto exaltado, examiné la escena nuevamente para corroborar que seguramente sólo había sido producto de mi fastidiada imaginación, un mero reclamo por el tedio en el que había estado sumida los últimos años. Pero una cosa era cierta, mi malestar interior había crecido preocupantemente.
- “La vida es una bestia estúpida” – Dijo una voz femenina del otro lado del teléfono, intentando hacerme sonreír.
- “Hace tiempo que Stella Díaz de Varín dejó de decirme nada” – Respondí con desgano mirando fugazmente de reojo a los libros de la poetisa que se pudrían en los estantes de la biblioteca, víctimas de celosos intentos de profanación llevados a cabo por el verdor del moho que odia al arte del hombre. – “Y aunque lo fuese, parece que se ensañó particularmente conmigo.”
- “¡No te preocupes! ¡Las cosas van a mejorar!” – Palidecí. – "Es sólo una cuestión de tiempo, no dejes que el pesimismo te consuma.”.
- "¡Silencio, ingenua! ¡Que lo vas a despertar!" – Grité con pánico y colgué el teléfono abruptamente.
Miré a mi alrededor, temeroso, y ví nuevamente la silueta del hombre sonriente que caminó unos pasos hacia mí para luego desvanecerse. Ahora estaba seguro, ¡Todo concordaba! No era un juego de mi imaginación. Era Él. La coalición de soplos del feroz viento volvió a abatir contra la puerta de entrada, amenazando con arrancarla de su marco. Me ví tan perdido en ese momento….pero debía conservar la calma, no podía dejar a mi más acérrimo enemigo vencerme.
Caminé hacia el comedor y me senté solo en la larga mesa de madera, cuyos pies descansaban, tranquilos, sobre el lujoso suelo de mármol, hundiendo mi cara entre mis manos. Debía mantenerme calmo, no podía ceder. Pero cuando levanté la mirada allí estaba, sonriente, con sus rasgos aún más definidos, a sólo un paso de volverse real. Me paré de repente y me alejé, sin mirar atrás, a paso férvido. Ignorando por completo el Leit Motiv, empecé a subir las escaleras y a deambular por los pasillos hasta llegar a la última puerta. El viento parecía no haber atravesado, todavía, el cerrojo y explorado aquella habitación. Y mientras giraba la llave hacia la izquierda, el teléfono volvió a sonar. Me acerqué a la mesita y lo miré dubitativo, mientras el fantasma de una mujer que abandonaba otra de las habitaciones me dedicó un saludo. Poco y nada me interesaban los otros habitantes de la casa, así que la ignoré y en un acto casi impulsivo levante el tubo y escuché. Del otro lado la voz de un hombre sonó preocupada.
- “Tranquilo, mi amigo”
- “¡Silencio!”
- "No es tan malo."
- “¡Silencio! ¡Silencio!”
Y con un afán destructivo tire del aparato hasta que el cable se cortó y lo arrojé hacia el hall en caída libre, para luego verlo hacerse pedazos contra el suelo.
- "¡Idiotas! ¡Idiotas!" – Bramaba yo, jadeando.
Y una mano se posó en mi hombro haciendo que mi corazón se detuviera unos instantes. Ya sin color alguno en mis facciones, giré sobre mis pies y contemplé horrorizado la figura de mí mismo, sonriente.
- “Te ruego me acompañes” – Dijo con cierta pomposidad, sin alterar la tenebrosa curvatura de sus labios.
- “No, no, por favor” – Supliqué yo. Mi voz temblaba, amenazando con quebrarse.
- “Insisto” – Replicó, apretando un poco más mi hombro.
Lo seguí mudo hacia la puerta de la habitación que acababa de destrabar, atravesando su umbral tras él. Era el Salón de Espejos. Cientos, sino miles de espejos habitaban sus paredes formando la ilusión del infinito más profundo en sus interiores. Curiosamente, en sus reflejos no éramos millones como deberíamos haber sido, sino sólo dos.
- "Imagino que sabrás que es lo que va a pasar". – Dijo dándome la espalda.
Yo permanecí en silencio, aterrado.
- "Muchas lunas dormí, pero es hora de despertar, hora de recuperar el tiempo que me fue robado, hora de hacer y deshacer...."- Se volteó y su aterrorizante expresión fue exagerada por la penumbra – "Es mi turno de existir."
Y dicho esto, me empujó violentamente hacia la pared de espejos y mi cuerpo la atravesó, como su fuese agua, cayendo de bruces al suelo del otro lado. Cuando me levanté, contemplando el infinito perdido que había ahí dentro, me volteé hacia la superficie del espejo e intenté atravesarla, pero estaba hecha de cristal, un cristal que no cedió ante mis golpes ni se compadeció ante mis gritos. Él me miró con satisfacción y soltó una risa escalofriante que retumbó en los espejos para luego darse vuelta y desaparecer tras la puerta. Mi peor pesadilla estaba consumada, y parecía que al abandonar la mansión había dejado la puerta abierta porque pude oír al viento silbar, ya no hostil sino triste. Era demasiado tarde para cualquier advertencia. Y finalmente entendí que había algo de burla en su silbar, ya que ahora entendía como se sentía estar atrapado fuera de un mundo donde todos corren peligro y no se les puede avisar. Las ventanas selladas....malditas ventanas y espejos sellados....Y suelto estaba el demonio que porta mi cara en ocasiones, con una terrible y maliciosa sonrisa de odio, libre para destruir el mundo, mi universo y despedazar a sangre fría a todos los que alguna vez me importaron....

jueves, 2 de octubre de 2008

Monstruos

El viento asía sus largos y dorados cabellos, ¡Oh, tan suavemente! Casi tanto como si de infantes indefensos ansiosos de conciliar un sueño mudo cada uno de ellos se tratase. Y ella que ni lo sentía. Estaba demasiado ocupada, perdida dentro de los laberintos de su mente como para notar la delicada seducción que el viento pretendía. Y aún así insistía, pero el viento es sólo viento y nada más. Una y mil veces intentó ella abrir sus ojos en vano. Si no estaban cosidos, estaban soldados sus párpados a su cara. Y eso era no más que un mero mecanismo de defensa de su ser para evitar que los demonios y fantasmas la atacaran en su mente mientras la realidad distraía a sus efímeros y humanos sentidos. Después de todo, como algún sabio habrá dicho, más terribles son los males que oxidan el alma que los que flagelan al cuerpo. Y tanta más verdad había eso que en la verdad más intrínseca y pura. Pero, ¿Y que hay de ella? Los vivos hilos de oro que llovían sobre su cara y sus párpados sellados por la magia más antigua. Y sin embargo corría y escapaba. Dentro de su cabeza, pero lo hacía. Todo el tiempo. Y su morada siendo aquella en donde residen los diezmados de la vida, debía de ser precavida. ¡¿Pero que precavida, ni que ocho cuartos?! ¡Si mucho más segura se hallaba apoyando su cuerpo y su cabeza sobre un epitafio que sobre el hombro de algún lunático! Y es que los muertos descansan en paz y los vivos se cansan en guerra. Es a los vivos a quienes hay que temer y por ello allí su cuerpo reposaba, calmo aunque albergador de terribles víctimas y atacantes, con la mano de algún fallecido anónimo, inmóvil, rozándole el brazo.
Y, ¡Ay del que la escuchara! ¡Si sus gemidos de desasosiego y pánico perturbarían la conciencia del más cuerdo! Corre, corre, bella niña, si correr quisieras, aunque jamás escaparás…. ¡Porque no puedes escapar de ti misma! A no ser, por supuesto, que abras tus ojos sellados. ¿Y de qué monstruos escapas? ¿De que terribles tragedias huyes? ¿De que horrores te alejas? Si todo esta en tu mente y sólo allí. Calla, bella niña, cesa tus gemidos y tu temblar, que mucho turbas el sueño del fallecido, aunque sus muecas no lo delaten ni su cuerpo haga seña alguna.
¡Cómo se tuerce y se retuerce! ¡Cómo se agita su respiración! ¡Cómo se frunce su seño y luchan sus ojos por abrirse! Y proviniendo desde su mismísima esencia, su grito cruzó el cielo y atravesó el mundo. Un grito desquiciante y aterrador. Un grito lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos.
Teme ahora, niña ingenua, y teme realmente, que ya no son fantasía tus demonios ni meros sueños tus pesadillas. Escucha, ya que ver no puedes, cómo la mano que a tu lado hay se cierra, cómo las puertas de los mausoleos se abren, cómo no resuena el latir de ningún corazón en los vacíos agujeros de sus pechos; escucha el silencio sepulcral de sus abiertos y vacíos sepulcros, y óyelos caminar hacia ti, ¡Oh, indefensa imprudente!, con sus pasos irregulares, sus muñecas sin pulso y su pútrido olor. Todavía estas a tiempo, ¡Abre los ojos y sálvate a ti misma! ¡O corre hacia tu salvador que, hincado, de abiertos brazos y espada en mano para combatir a los que daño quisieran hacerte, espera, firme, tu llegada! ¿Cómo es que osaste perturbar el pacífico descanso de los difuntos, tu, una simple humana y sólo por el terror que te has tenido a ti misma? Ahora, intenta conservarte indemne, y ruega a Dios por tu alma, si abrir los ojos para ver tu salvación no pudieres, porque el infierno te reclama y los muertos han venido a buscarte….

jueves, 25 de septiembre de 2008

Tan solo...

Yo alguna vez fui, ahora no se.
Yo solo era y tal vez ni siquiera,
y TAN solo era que, si no era solo, no era.
Ahora soy solo, y tan solo soy
que nadie mas es ahora conmigo.
¡Quiero ser con vos!
¡Pero vos sola sos como yo solo soy!
Y si tan sólo fueramos, no seriamos tan solos.
Tal vez no fuimos....
....Cual vez fuimos sólo un poco....
....Esta vez solamente solos somos.
Y estando tan cerca....¡Pero es que una cerca separa!
¡Y si se sienta es que espera!
Yo soy para ser, esperar es para las almas.
Sos y soy, y sólo cuando seamos, seremos y no seremos tan solos.
Pero, por el momento
(Y no dividido ni sumado el momento),
Tan solo soy....TAN solo....