viernes, 28 de noviembre de 2008

La princesa de la noche

Álzase la Noche, en vela,
Con sus cabellos de estrella;
Su oscuridad, la más bella,
Ni el cielo, celeste tela,
Su eterna pureza recela.
Levántase de su lecho
Que de mil rosas está hecho
Y de mil estrellas fugaces;
La luna en todas sus fases
Cuelga firme de su pecho.

La princesa de la noche,
Con sus labios color fresa,
Muy calma se despereza;
Del sueño siente el reproche.
Sus recuerdos de trasnoche
Le llegan ahora borrosos:
Había un príncipe ambicioso
Que, tan suave como el viento,
Le quiso robar su aliento
En un sueño fabuloso.

Con su mirada perdida,
La vio el príncipe en el cielo
Escondiéndose en su velo,
Tan rebosante de vida.
“¡Ay, mi princesa prohibida!
¡Ay, mi princesa soñada,
Salida de un cuento de hadas!
¡Si tan sólo yo pudiera
Conseguir una escalera
Que llegue hasta tu morada!”

“¡Cuánto quisiera robarte
De los brazos de este mundo!
¿Por qué es que es tan profundo
Mi deseo de arrancarte
De la triste luz de Marte
Que a tu ser tiñe de rojo?
¿Por qué será que mis ojos
De los tuyos forman parte?”

Y, con su mirada resuelta,
El hombre escaló las nubes.
“¿Y por qué es que hasta mí subes?”
Inquirió con voz esbelta
La princesa desenvuelta,
Y por poco no escuchó
Lo que él le respondió:
Dormitando había estado
En su vil lecho dorado
Y ahora despertó.

“Duerme ya, princesa mía,
Aquí te estoy esperando;
Y no me importa hasta cuando,
Siempre y cuando llegue el día
De estar en tu compañía,
Al fin, de una vez por todas,
Porque me brotan las odas
Estando en vuestra presencia.
¡Oh, princesa de mi esencia
Y mis fantasías todas…!”

Soledad

Juan siempre fue un sujeto perturbado, siempre terriblemente ansioso y estresado hasta el hartazgo por su trabajo en la embajada de mierda, con los embajadores rompiéndote las pelotas constantemente, el chino del orto con su taichichuán y no se qué, el inglés con sus jawariús, el rusos con sus jarayós y la puta madre que los parió a todos, y la frustración de Juan por su trabajo no deseado y terriblemente esclavizante lo llevaba a acumular ira en cantidades industriales, que se escapaba ligeramente cada vez que le venía alguien con que señor el embajador francés pide hablar con usted y Juan insultaba hasta a la vieja del Franchute de mierda que son las doce de la noche y ya me quiero ir para mi casa que no se bancaba ni él mismo; y ni bien llegaba a la casa y preguntaba qué había de comer que me cago de hambre y encontraba la comida fría en la mesa y la mujer que ya se había ido a acostar hacía horas y siempre lo mismo con esta gorda inútil que me deja siempre comiendo solo, y se sentaba a la mesa refunfuñando, mientras escaleras arriba en un cuarto de seda pagada con la dura ausencia de un marido infiel y los pedazos de la promesa rota de una familia feliz, la esposa suspiraba de tristeza y sólo dejaba de hacerlo ni bien escuchaba el estruendo de la puerta abriéndose violentamente y el ¿estás despierta?, ni para coger me sirve ahora, y seguro, si se acuesta con la secretaria, con la embajadora de Pakistán, con la cajera del banco, ¿cómo voy a hacer el amor con alguien que se acuesta con todo lo que tiene patas y olor a mina?, y mientras sus pensamientos flotaban silenciosos como el viento que acariciaba el vidrio de la ventana, Juan gritaba en sueños vagos y borrosos que no me rompas las pelotas que te voy a pegar un tiro, y al lado suyo un giro y un suspiro, este algún día nos mata a todos, y un par de horas después el despertador chirriaba insoportablemente que un día lo tiro por la ventana, te juro, y Juan le daba un golpe impersonal, más para romperlo que para silenciarlo, para luego levantarse y quemarse un poco con el agua de la ducha y este calefón de mierda que anda para el orto, que algún día lo iba a tirar a la mierda, y arrastraba los pies, exhausto de su entorno, por la alfombra gris, mojándola toda y después soy yo la que tiene que secar cuándo se va y si no estaba impecable le gritaba hasta quedarse sin voz que no servís ni para secar la alfombra, sin saber por que mierda se había casado con ella, que encima de gorda era inútil y encima de inútil era gorda, y se afeitaba la barba minuciosamente sin tocar siquiera un pelo de su bigote impecable teñido por alguna que otra cana que le daba un aire más varonil que era lo que me seducía cuando entraba en la oficina con su sombrero y su portafolio y me daban ganas de que me tire ahí nomás arriba del escritorio y me tocara con sus manos asquerosas con olor a nicotina de años anteriores y me dijera que sos una putita, que no serías mi secretaria si no tuvieras tan buenas tetas, y la esposa que no sospecha un carajo porque lo único que hace es estar acostada todo el día como la gorda inútil que es, mirándolo desde la cama afeitarse cual dictador impune de una vida robada y un día se iba a morir y yo iba a ser libre, libre para levantarme de esta cama, libre para formar una familia como esposa y no como esclava, libre de una vez por todas de aquel suplicio de polo inaccesible que jamás veía su crepúsculo, en el cual estaba presa hacía ya 14 largos años en los que había visto canas poblarle el pelo, arrugas desfigurarle la cara, los rollitos de mierda que me tienen loca, y por lo menos 10 años enclaustrada en la cama, 10 años, 10, 11, 12 y el reloj con malla de oro y vidrio de cristal de Juan tenía la arandelita de mierda que se corre ni bien la tocás que algún día la arranco a la mierda en el 12 que ahí esta en su lugar, en el lugar en el que vino de fábrica y en el lugar en el que iba a estar hasta que a mí se me de vuelta el culo y la ponga en el dos, porque todo lo molestaba últimamente, todo le rompía soberanamente las pelotas, los embajadores de mierda, el despertador, la gorda, el calefón del orto, que un día me voy a cagar quemando vivo si no se arregla esa mierda; y ya aseado y afeitado, con excepción, por supuesto, de ese bigote varonil que me mueve las hormonas y me dan ganas de entregármele toda arriba de la mesa del escritorio de roble; se dirigió a su auto de mierda que tiene más problemas que los Pérez García, con su patente vencida de la camada anterior y sus vidrios polarizados por la mugre que había venido acumulando desde hacía ya años, y que hacía juego con los asientos mugrientos estos que si no los limpio yo no los limpia nadie porque la gorda de mierda no es capaz ni de pasarle un trapo, es más inútil que un forro pinchado, y apoyaba la espalda en la grasa, daba una vuelta a la llave, hundía el pie en la capa de suciedad que recubría el acelerador, y allá iba Juan el mal vecino que se la pasa gritando y nunca nos deja dormir, que le tenemos que tapar los oídos a mi nene para que no escuche las barbaridades que le grita a la pobre Cristo de la mujer que es una gorda de m….y no se cuantas chanchadas más, y yo que tengo dos hijos que se la pasan repitiendo lo que escuchan al lado y yo que tengo una bebita y el sacado de mi vecino que pone su música a todo lo que da y ya no se que más hacer para que los vecinos del orto me dejen de romper las bolas con que baje la musiquita señor que tengo nenes y la re concha de sus madres, ahora te la subo más porque yo la escucho alta y estoy todo el día rompiéndome el orto en el laburo y llego a mi casa y todo el mundo baje la musiquita un día los voy a cagar a tiros y la gorda inútil de mi mujer que no es capaz ni de llevarme un vaso con soda mientras corto el pasto que no corta nadie, porque a todo el mundo le chupa un huevo todo, y me grita también que la musiquita y me tienen las pelotas inflamadas porque si no limpio yo, la casa es una mugre, y se la pasa quejándose de que no hago nada pero ni bien intento hacer algo me grita porque lo hago mal y no se cómo quiere que haga las cosas, y me pide el mate pero siempre está o muy frío o que te pasaste con la azúcar, es un asco este mate de mierda, ni para hacer mate servís, y le paso el trapo y se queja, con la comida se queja y cuando no la hago se queja todavía más y ya no se, no hay una que le venga bien, nunca hace un carajo y encima cuando lo hago yo, se queja de que no paso tiempo con ella, no hay poronga que le venga bien, cómo a todas las minas, y sus pensamientos se perdían entre los punteos de una guitarra eléctrica que salían del estéreo de mierda que se escucha para el orto, un día lo arranco a la mierda y le pongo un Sony, que los Sony sí son buenos, no como esta poronga, y escuchaba las mismas cuatro canciones que había venido escuchando desde hacía diez míseros años en el camino al trabajo nuevo que me dieron, no sabés, mi amor, es la embajada, ahí esta la movida, ahora vamos a poder ahorrar, comprarnos una casita, formar una familia, irnos de vacaciones, mi amor, que suerte, al fin una buena mi vida, tanto tiempo que esperaste a que te ofrecieran el puesto y al fin te lo dieron mi amor, celebremos con una copita de champán y habían sido tan felices esa noche, el futuro al fin se veía prometedor en aquel instante que la furia y el malhumor habían ido borrando de la mente de Juan hasta que sólo quedaba la vaga silueta de una sonrisa en algún recuerdo borroso de antaño en blanco y negro, de una vida que hacía años ya no era suya y era del trabajo de mierda que me tiene las bolas llenas, en el que entraba a las ocho de la mañana y salía a las doce de la noche con suerte, si al ministro de Yugoslavia se le canta el octavo forro del orto posponer la reunión de mierda, en la que las venas que hacía años tenía grabadas en el cuello le bombeaban sangre a su boca para seguir gritándoles órdenes a sus subordinados inútiles, que le sirvan un café, carajo, que me quedo dormido, que me traigan el Olé que quiero ver como salió boca, que me traigan un almohadoncito para apoyar las patas con olor a queso fermentado de la época de Colón, que arriba del roble se me duermen, pero señor no podemos, pero señor tres carajos, que se la saquen a la reina de Inglaterra y se la traigan si es necesario, que se naden el Atlántico de espaldas, me chupa un huevo, pero me la traen o los echo a la mierda, carajo, estos pibes de ahora que les chupa todo un huevo y no tienen respeto por sus superiores, porque ahí mandaba él y él era la ley y el orden, y cualquiera que se me retobe lo hecho a la mierda, que me vienen a joder con sus no puedo y sus pero señor por favor sea razonable, y encima le venían a pedir un aumento después, pero que aumento ni que poronga, volá de acá que te echo a la mierda, y giraba en su silla de cuero, asediado por el abrumador tedio que el incesante juguetear de sus dedos con la corbata lisa color morado no había podido aplacar siquiera un poco, mientras el pobre diablo al que había contratado, para que le traiga el café y que más, si lo único que saben hacer estos pendejos es bolitas con el moco, palidecía ante algún pomposo ministro europeo tratando de explicarle que el señor está muy ocupado porque le surgió una reunión de último momento y no la pudo posponer, y el gallego me respondía que joder, siempre lo mismo con este tío, y yo me limpiaba el sudor frío de la frente y me preguntaba cuantas veces más iba a poder meterle una excusa para que se vaya mientras el jefe se rasca las bolas en su oficina, con las patas desnudas apoyadas en el almohadón improvisado con un trapo de piso y algunas plumas que le habían podido arrancar a alguna pobre paloma que habían encontrado en el techo para servir a su señor y amo que algunos sospechaban, podía dictar las leyes de la física, y corrían a traerle el sudoku para que no se aburriera, porque si llega a ponerse cabrón la ligamos todos, y Juan que fruncía el seño, perturbando ligeramente la tranquilidad de su bigote dictatorial, esta mierda no me sale, es imposible, que venga alguien y me lo resuelva o los hecho a todos a la mierda, y siempre lo mismo con este trabajo de mierda que tengo, no veo la hora de jubilarme, a pesar de que ya estaba en los cincuenta años, la puta que me parió, ya estoy viejo, y la edad que se le escurría por los canales que formaban las arrugas en su piel, en la putrefacción avanzada de los dedos de sus pies, con la uña del dedo gordo encarnada por enésima vez, la puta que la parió, cuantas veces la voy a tener que arrancar con la pinza que encontraba en la caja de herramientas que llevaba por todo el patio de la casa como si fuera parte de su cuerpo, para sacar y poner clavos y cambiar lamparitas y hacer algún que otro agujero en la pared, y la puta madre no termino más, encima que la gorda inútil de mi esposa no es capaz de darme una mano, ni siquiera de traerme un vaso de soda, o un puto mate, porque estaba crucificada a la cama, pobre cristo, nunca sale, antes hablaba conmigo en la medianera, hace años ya, antes de que nacieran mis nenes, antes de que empezaran la música fuerte y los gritos del sacado del marido que nos atormenta día y noche, porque por más que Juan pasaba más de tres cuartos del día en el trabajo, de alguna manera pasaba otros tres cuartos del día en la casa, molestando al inmolestable, gritándole ordenes a sus esclavos por teléfono, que para mañana a primera hora quiero todo el papeleo en mi escritorio, el sudoku, el almohadón, el café y me llaman a Marianita la secretaria, que me la vengo empomando desde hace años sin que nadie se de cuenta, por más que solo había entrado a la empresa la semana pasada, porque Marianita vestía una cara diferente cada mes pero que me importa, lo que importan son las tetas, que tenga buenas tetas, eso es lo único que le importa, el busto, y se cree que no nos damos cuenta que obliga a las pobres jóvenes que emplea a darle el placer vacío y hueco que no encuentra ya ni en el futuro, ni en el pasado borrado de su mente, ni en la promesa de una familia, ni en su reflejo en las iris tristes de su condenada esposa, enterrada viva en la cama, se cree que no escuchamos los gemidos, los gritos de auxilio, se cree que no nos preguntamos por que cambia de secretaria cada semana, por que las chicas salen llorando, o con la vista perdida en el vacío, si el monstruo había salido de repente de uno de los cajones del escritorio y la había llevado a la fuerza, de los pelos a la cárcel dorada con el escritorio de roble y la había agarrado con sus manos gastadas de fumador compulsivo invisible, ya que nadie le había visto nunca un cigarrillo en la mano, con su pútrido aliento, que te quedes quieta carajo, y le abría la blusa, toscamente, falto de toda atmósfera seductiva, alucinando con que soñábamos con su bigote sucio y barriga sudada en nuestras siestas de verano, enclaustradas en la empresa que regía la bestia de los gritos, pero que le vamos a hacer, quién le va a decir algo, si algún día saca un arma y los cago a tiros a todos así que no vieron nada y nadie abre la boca, y bajaba la mirada de cerdo frustrado hacia la hoja casi completa del sudoku de hoy y ponía el último número que le daba todo y la puta madre hoy los terminé todos así que me traen otro, pero señor vienen con el diario, y hagan salir la edición de mañana hoy, no se, pero me lo traen o los echo a la mierda a todos, y se paraba a mirar por la ventana, embadurnado en la mugre de un amor apurado y carnal que solo él creía disfrutar, porque no lo satisfacía, nada lo satisfacía, ni siquiera el intento de recordar aquellos días en los que miraba la luna y se emocionaba, miraba el sol poniéndose y era más un ¡que hermosura!, que el la puta que lo parió ya es de noche de ahora, y agarraba el maletín, el sombrero y el diario y se perdía en los pasillos que daban al auto, ignorando que señor no llenó los formularios que le mandaron de Nueva Zelanda, y llénenlos ustedes para que carajo les pago, inútiles, la puta que los parió, no sirven para nada, y abría la puerta agobiado por otro día del orto en el trabajo de mierda que me tiene las bolas llenas y se lanzaba hacia la noche, que se alejaba de él, un poco por miedo, un poco por las luces altas que no debería tener puestas en la calle este pelotudo que no veo un carajo, las luces pelotudo, pelotudo vos malcojido, bajate del auto que te cago a trompadas, y deslizaba la mano robusta abajo del asiento y sacaba el arma y ahora vas a ver como te cago a tiros pelotudo, porque la tenía ahí abajo por si a algún negro de mierda se le ocurre robarme, estos negros de mierda hay que matarlos a todos, hay que quemarles las chocitas de mierda en las villas sucias esas donde las pendejas se prostituyen a los 9 y te hacen un pete por dos pesos, sucias de mierda, que cuelgan la ropa en la reja que da a la autopista y me dan un asco que los cagaría a tiros, un día cuando me vengan a limpiar el vidrio en el semáforo les voy a pegar un tiro y van a ver esos negros de mierda, y cada vez que agarraba el arma más ganas le daban de cumplir todos sus algún día ese mismo día, algún día me voy a rayar y van a ver todos, porque todos están contra mí, hasta esta antena de mierda que no me agarra la radio, un día la arranco a la mierda, y las voces distorsionadas de la estática de la radio se burlaban de su furia en su cabeza desde hacía meses que tengo esta radio de mierda sonándome en el oído, te juro que escucho una radio, no se que carajo será, y al médico no voy un carajo, si son unos charlatanes ineptos que no sirven para nada, que cada vez que le habían puesto un yeso se lo había sacado a la mierda porque total yo me curo sólo, y el dolor me lo banco, pero la radio te juro que me tiene las pelotas llenas, lo molestaba mientras desplazaba agresivamente por el patio para entrar a su casa, y otra vez la comida fría esta gorda inútil que no sirve ni para hacerme compañía, no se para que me casé, mientras comía con la boca abierta pasando frenéticamente los canales sin ver ni oír nada, porque hacía años que ya no veía ni oía nada, a tal punto que no notó la ausencia de la mujer en la cama ni la primer noche, ni la cuarta, ni al año siguiente, nunca se preguntó si se había escapado con algún amante, si se había ido sola, o si simplemente se la había tragado la cama, no, se despertó que la gorda de mierda no sirve ni para hacer el desayuno, y tampoco notó que los vecinos se habían mudado hacía ya años, se metió en el auto que los vecinos de mierda, mirá como les pongo el equipo de música a todo lo que da y se lo dejo prendido todo el día, y tampoco notó que no quedaban autos ya en la calle, ni tampoco gente, manejó que un día voy a agarrar el arma y voy a matar a todos los negros de mierda que te roban y a todos los pelotudos que te pelean por cualquier boludés, y tampoco notó que ya no quedaban ni su secretaria ni sus empleados, que el ministerio se había mudado de edificio, que lo habían reemplazado, que ya nadie escuchaba sus órdenes de que me traigas el sudoku carajo, y la almohadita, y decile a Marianita que pase, porque hacía años que se había quedado solo, completamente solo, cortando el pasto de mierda que si no lo corto yo, no lo corta nadie, cambiando lamparitas, sacando clavos y haciendo agujeros y pasaron varios años hasta que se despertó y no vio a la gorda de mierda y donde carajo se metió, no vio a los inútiles de sus empleados, donde carajo están, no vio al negro de mierda en el semáforo, la puta que los parió, dónde carajo está todo el mundo, que los traigan ahora, como se atreven a dejarme, hijos de puta, desagradecidos, con todo lo que yo hice por ellos, me rompo el culo laburando para que a la gorda puta de mi mujer no le falte nada y me abandona, les pago el sueldo a mis empleados y me renuncian, la puta que los parió, y sólo quedaba él en el mundo para sacarse la furia de sus un día los voy a cagar a tiros a todos, nadie a quien gritarle, nadie a quien ordenar, la puta madre, como se atreven a dejarme solo, y buscó el arma debajo del siento pero no la encontró, ¿vos también, la puta madre?, así que se acostó en la cama y cerró los ojos, algún día volverán, hijos de puta, no son nada sin mí, y se durmió sin soñar, para mañana llegar temprano al trabajo de mierda que me tiene las bolas llenas, y volver a engañarse en su ilusión de antaño, dónde, al igual que desde ya hacía diez años en la triste realidad solitaria, sólo se escuchaban sus gritos y el silencio que hacía eco en el hueco de soledad inllenable, que corrompía su alma oxidada y destruida….

Elementos

Viento

¡Oh, amante átona, nocturna, que acaricia los rojos y los azules!, tus silbidos resuenan, armonizándose con los grises y los negros, y me abrazan cuando nadie más lo hace; no te vayas nunca más.
Llena mis pulmones, ¡Oh, ente divino! ¡Usa tus brazos que sostienen a las estrellas en lo alto para estrecharme y asfixiarme, para fundirte con mi alma!
Y no te vayas. Jamás.
¡Pero es que tus pasos resuenan en los callejones del otoño con ese ruido a imperio y ese sabor a despedida muda, y no me dejan dormir!
Amánsate, duerme, bestia pasional; arrodíllate ante mis pies, mesmerizada por los suspiros de mi desdicha; muere en mis brazos, pero calla.
Calla, ¡Te lo suplico! ¡Calla!
¿Por qué es que me amas de mentira y luego suspiras con tu aliento lunar en el oído, en la nuca de alguien más?
Si no somos dos, entonces calla.
¡Calla, maldita sea!
Pero no te vayas jamás...



Agua

¡Oh, amante dulce, oriunda de los cirros y los cúmulos!, ¿Por qué es que me acaricias tan suavemente?
¿Cómo es que te escurres por mi espalda, cual escalofrío de reencuentro, para morir en mis pies, en el suelo de losa azulina?
Y llueves, tan inocente, sobre mis cabellos de hilo azabache, arrullando mis mejillas; y mis ojos se reflejan en el infinito de tus gotas; el marrón de mis iris te invade, te profana, ¡Y tú tan pura!
Mi cuerpo, desnudo, abraza a tu esencia y se limpia de todo pecado, ¡Oh, agua divina! Y llueves sobre mí, ardiendo, con tanta pasión, que por poco te veo vapor; y ruego no te me hagas cristal entre los dedos y te resbales, blanquecina, como arena arisca, escapándote de mis abrazos y de mi amor de navegante.
Yo tan burdo, ¡Y tú tan pura!
¡Pero espera! ¡No tan rápido! ¡Que ya brillo pero todavía te quiero! ¿Por qué es que corres por mi piel, color nieve de tu esencia, y me abandonas refugiándote en la oscuridad del drenaje, hedionda morada de los desechos de los impuros?
Tú, tan pura...
Tal vez tu llover sobre mi espalda, mi llover sobre tu pecho; nuestro llover boreal nos delató.
¿Acaso vienen a cazarnos? A ajusticiarnos por herejes, amantes descuidados...
Pero ya te extraño, ángel de las nubes, rumor de los cielos acrílicos que lloran.
Extraño tu caricia, extraño tu murmullo y te extraño... ¡Tan pura!



Fuego

¡Oh, amante insaciable, bailarina de los tormentos! ¿Por qué es que quema tu contacto pero entibia tu caricia?
Ninfa maldita del deseo, ¿Cómo es que te burlas así de tus amantes urgentes y tus enamorados honestos, con tu distancia mordaz e inapelable?
¡Maldición irremediable la que disfrazan tus velos de ramera árabe! La necrosis de tus jeques: los que ceden, carbonizados; los que esperan, corroídos por el tiempo.
Y es que satirizas a las arenas con tu danza de seducción enfermiza y te vuelves loca cuando te enfrentas con los otros tres; te sacudes con violencia intentando hacer tuyo todo lo que tocas.
Y todo lo material se te une, ¡Feliz de ti, maldita!, pero todo lo humano se destruye, ¡Pobre de ti, maldita! Pobre de ti...tan sola, tan perdida...
Ardes en tu cristal rojo, con tu azul tranquilo y tu naranja agresivo; y el aire te mantiene viva. ¡Pobre de ti! ¡Tan sola, tan perdida!
La amante prohibida, tan pobre, tan corroída...



Tierra

¡Oh, amante sabia, habitación del mundo, envidia del universo! ¡Morada de los muertos, alfa y omega!
Tan magna, tan conocedora, ciega a los rojos, imposible de engañar. La amante prohibida no te tienta, la amante dulce te alimenta, la amante átona te suspende.
¡Oh, madre de todas las cosas! ¡Es que amarte me avergüenza! Tan sagrada, ¡Tan perfecta!
Tu furia es la que tiembla; tus nubes, las de polvo y arena.
Frente a ti me postro... ¡Hermana del tiempo! ¡Tan antigua y tan fresca!



Tiempo

¡Oh, amante cruel, jueza impertérrita del destino! Las arenas que se deslizan por el transparente vidrio, no perdona ni acaricia.
¡Amante celosa, amante fría! Desmenuzas el alma mía con el desliz de tus agujas, con el peso de tus granos, tentados por la gravedad a dejarse caer en el abismo que define la mortalidad.
¡Amante dormida, amante maestra! ¿Quién sino tú para enseñarme la vida en unas líneas de nada, garabateadas sobre la tapa del baúl más secreto de mi mente?
¿Quién sino tú para golpearme con tu puño de despertar? ¡Dime! ¿Quién sino tú, la enemiga más acérrima de Apolo?
¡Amante egoísta, amante traviesa! ¡Sueña mi vida y no dejes que me torne pesadilla!
Y cuando abras los ojos,
Todo se termina...

miércoles, 22 de octubre de 2008

Amor Industrial

Recuerdos color ruido, chirridos sabor noche, cadenas olor vos.
Mar de piedras y basura entre vastas y pútridas maderas; escenarios pálidos y llenos de rojo.
Rojo, rojo por doquier, rojo, rojo.
Discos oxidados y rieles que de música sirven al sentir de Platón, suyas son mis sonrisas, vuestros los rincones de mi mente que de letras me distraen y definen en ritmo a los tambores del amar.
Tonalidades de marrones infinitas en profundidad que disparan, de a momentos, contra mi sanidad; y siempre el mismo sonar es el que incita a los tímpanos a enamorarse ante la mínima reminiscencia de sus Bemoles y Mayores, todas notas muertas, enterradas y olvidadas.
Óleo sagrado que limpia; santa inocencia que ensucia ¡Oh! ¡Cómo, si me postrara yo, destruiría a las hadas y a sus bosques la cuota de realidad carnal que detrás del vuestro velo oriental se esconde!
Muerte a los ángeles de la salvación y vida eterna a quien mucho se contentare con el cantar de los funestos vagones añil.
Una historia de amor de dos, susurrada con recelo en la sinapsis de las neuronas de uno.
Las mías condolencias, las vuestras carcajadas, las mías también.
Y sólo dos palabras, con seis mil seiscientos setenta y un millones seiscientos setenta y nueve mil treinta y cuatro significados diferentes podrían resumirlo todo, sin ser del todo mentira, sin ser del todo verdad.
¡Muerte al que las pronuncie! ¡Ruede su cabeza en polvo!
Pero esto es mío, el silencio y el amor industrial que evoca en mi mente con una simple bocina, todos los recuerdos que regocijo traen a mí cansada ánima.
Y nunca me canso de soñar con que quizás algún día musiten tus labios mi nombre en la umbra de una sonrisa....

domingo, 19 de octubre de 2008

El Salón de Espejos

Ah, pero si es que muchos minutos, acaso horas, habían pasado desde que apoyé mi congestionada cabeza sobre la almohada y mis ojos se rehusaban a adornar los sentidos de mi inconsciente con cualquier vestigio de sueño. ¡Nada de sueño, nada de sueño! Mi mente se rehusaba a descansar. ¡Y menos con la voraz ánima del viento y su orquesta de edificios, a los que azotaba con una violencia un tanto caprichosa! Un ruido tan potente y aterrador que un ciego lo habría visto, bailando una danza macabra, deslizándose con gracia maquiavélica por los recovecos que encontraba entre el suelo y las puertas de roble y oro. Y mi mansión temblaba azotada por aquella figura invisible, hostil, sagaz, que buscaba una entrada a mi fortaleza dorada indestructible, tal vez para destruirme, tal vez para advertirme, aunque en las profundidades del océano de sábanas en el que buceaba intentando conciliar el sueño, jamás se me hubiera siquiera cruzado la idea de comprobarlo. Y la almohada me cubría los oídos, como una madre le cubre los ojos a su niño frente a un acto horroroso, y la cama me abrazaba cual amante despechada, reticente a la inevitable partida de su amado. Yo, mientras tanto, corría detrás del sueño que se escondía entre las perlas de las cortinas, y los diamantes que residían en los cajones; entre las costosas pinturas y la madera tallada de los marcos de las ventanas selladas a las que el viento castigaba con desesperación.
La mansión era tan grande que daba una extraña sensación cruzar el mismo pasillo dos veces, dormir en la misma habitación dos noches, presenciar al sol enterrarse en el horizonte a través del mismo cristal. Y tan segura. Excepto tal vez, de lo que había dentro, de la mísera elegancia hipócrita y de la soledad. La soledad que se sienta en la mesa cuando uno desayuna y uno se acostumbra tanto a verla que hasta le pone un plato y una copa de oro y la sirve como reina, para no olvidarse lo que es servir. Las mucamas, los mayordomos y los criados imaginarios que se deslizan por las alfombras con velocidad, ansiosos por seguir las órdenes de su amo. Todo eso y el silencio, la tranquilidad, causa aparente y motivo único de los ataques del monstruoso viento, que acecha en cada esquina.
De pronto, la cama me vomitó sobre mis pies, y me encontré caminando por la casa, sintiendo el juguetón cosquilleo con el que la alfombra molestaba inocentemente a mis dedos desnudos. Y caminé unos varios metros, con un cierto desasosiego in crescendo, hasta dar con las escaleras que bajaban al hall principal de la casa. En el medio del hall había un hombre parado con una sonrisa en el rostro que se proyectó hacia mí a la velocidad de la luz, entrando por mi espalda y atravesando mi columna vertebral metamorfoseándose en un horrible escalofrío; y luego de un parpadeo, se desvaneció. Un tanto exaltado, examiné la escena nuevamente para corroborar que seguramente sólo había sido producto de mi fastidiada imaginación, un mero reclamo por el tedio en el que había estado sumida los últimos años. Pero una cosa era cierta, mi malestar interior había crecido preocupantemente.
- “La vida es una bestia estúpida” – Dijo una voz femenina del otro lado del teléfono, intentando hacerme sonreír.
- “Hace tiempo que Stella Díaz de Varín dejó de decirme nada” – Respondí con desgano mirando fugazmente de reojo a los libros de la poetisa que se pudrían en los estantes de la biblioteca, víctimas de celosos intentos de profanación llevados a cabo por el verdor del moho que odia al arte del hombre. – “Y aunque lo fuese, parece que se ensañó particularmente conmigo.”
- “¡No te preocupes! ¡Las cosas van a mejorar!” – Palidecí. – "Es sólo una cuestión de tiempo, no dejes que el pesimismo te consuma.”.
- "¡Silencio, ingenua! ¡Que lo vas a despertar!" – Grité con pánico y colgué el teléfono abruptamente.
Miré a mi alrededor, temeroso, y ví nuevamente la silueta del hombre sonriente que caminó unos pasos hacia mí para luego desvanecerse. Ahora estaba seguro, ¡Todo concordaba! No era un juego de mi imaginación. Era Él. La coalición de soplos del feroz viento volvió a abatir contra la puerta de entrada, amenazando con arrancarla de su marco. Me ví tan perdido en ese momento….pero debía conservar la calma, no podía dejar a mi más acérrimo enemigo vencerme.
Caminé hacia el comedor y me senté solo en la larga mesa de madera, cuyos pies descansaban, tranquilos, sobre el lujoso suelo de mármol, hundiendo mi cara entre mis manos. Debía mantenerme calmo, no podía ceder. Pero cuando levanté la mirada allí estaba, sonriente, con sus rasgos aún más definidos, a sólo un paso de volverse real. Me paré de repente y me alejé, sin mirar atrás, a paso férvido. Ignorando por completo el Leit Motiv, empecé a subir las escaleras y a deambular por los pasillos hasta llegar a la última puerta. El viento parecía no haber atravesado, todavía, el cerrojo y explorado aquella habitación. Y mientras giraba la llave hacia la izquierda, el teléfono volvió a sonar. Me acerqué a la mesita y lo miré dubitativo, mientras el fantasma de una mujer que abandonaba otra de las habitaciones me dedicó un saludo. Poco y nada me interesaban los otros habitantes de la casa, así que la ignoré y en un acto casi impulsivo levante el tubo y escuché. Del otro lado la voz de un hombre sonó preocupada.
- “Tranquilo, mi amigo”
- “¡Silencio!”
- "No es tan malo."
- “¡Silencio! ¡Silencio!”
Y con un afán destructivo tire del aparato hasta que el cable se cortó y lo arrojé hacia el hall en caída libre, para luego verlo hacerse pedazos contra el suelo.
- "¡Idiotas! ¡Idiotas!" – Bramaba yo, jadeando.
Y una mano se posó en mi hombro haciendo que mi corazón se detuviera unos instantes. Ya sin color alguno en mis facciones, giré sobre mis pies y contemplé horrorizado la figura de mí mismo, sonriente.
- “Te ruego me acompañes” – Dijo con cierta pomposidad, sin alterar la tenebrosa curvatura de sus labios.
- “No, no, por favor” – Supliqué yo. Mi voz temblaba, amenazando con quebrarse.
- “Insisto” – Replicó, apretando un poco más mi hombro.
Lo seguí mudo hacia la puerta de la habitación que acababa de destrabar, atravesando su umbral tras él. Era el Salón de Espejos. Cientos, sino miles de espejos habitaban sus paredes formando la ilusión del infinito más profundo en sus interiores. Curiosamente, en sus reflejos no éramos millones como deberíamos haber sido, sino sólo dos.
- "Imagino que sabrás que es lo que va a pasar". – Dijo dándome la espalda.
Yo permanecí en silencio, aterrado.
- "Muchas lunas dormí, pero es hora de despertar, hora de recuperar el tiempo que me fue robado, hora de hacer y deshacer...."- Se volteó y su aterrorizante expresión fue exagerada por la penumbra – "Es mi turno de existir."
Y dicho esto, me empujó violentamente hacia la pared de espejos y mi cuerpo la atravesó, como su fuese agua, cayendo de bruces al suelo del otro lado. Cuando me levanté, contemplando el infinito perdido que había ahí dentro, me volteé hacia la superficie del espejo e intenté atravesarla, pero estaba hecha de cristal, un cristal que no cedió ante mis golpes ni se compadeció ante mis gritos. Él me miró con satisfacción y soltó una risa escalofriante que retumbó en los espejos para luego darse vuelta y desaparecer tras la puerta. Mi peor pesadilla estaba consumada, y parecía que al abandonar la mansión había dejado la puerta abierta porque pude oír al viento silbar, ya no hostil sino triste. Era demasiado tarde para cualquier advertencia. Y finalmente entendí que había algo de burla en su silbar, ya que ahora entendía como se sentía estar atrapado fuera de un mundo donde todos corren peligro y no se les puede avisar. Las ventanas selladas....malditas ventanas y espejos sellados....Y suelto estaba el demonio que porta mi cara en ocasiones, con una terrible y maliciosa sonrisa de odio, libre para destruir el mundo, mi universo y despedazar a sangre fría a todos los que alguna vez me importaron....

jueves, 2 de octubre de 2008

Monstruos

El viento asía sus largos y dorados cabellos, ¡Oh, tan suavemente! Casi tanto como si de infantes indefensos ansiosos de conciliar un sueño mudo cada uno de ellos se tratase. Y ella que ni lo sentía. Estaba demasiado ocupada, perdida dentro de los laberintos de su mente como para notar la delicada seducción que el viento pretendía. Y aún así insistía, pero el viento es sólo viento y nada más. Una y mil veces intentó ella abrir sus ojos en vano. Si no estaban cosidos, estaban soldados sus párpados a su cara. Y eso era no más que un mero mecanismo de defensa de su ser para evitar que los demonios y fantasmas la atacaran en su mente mientras la realidad distraía a sus efímeros y humanos sentidos. Después de todo, como algún sabio habrá dicho, más terribles son los males que oxidan el alma que los que flagelan al cuerpo. Y tanta más verdad había eso que en la verdad más intrínseca y pura. Pero, ¿Y que hay de ella? Los vivos hilos de oro que llovían sobre su cara y sus párpados sellados por la magia más antigua. Y sin embargo corría y escapaba. Dentro de su cabeza, pero lo hacía. Todo el tiempo. Y su morada siendo aquella en donde residen los diezmados de la vida, debía de ser precavida. ¡¿Pero que precavida, ni que ocho cuartos?! ¡Si mucho más segura se hallaba apoyando su cuerpo y su cabeza sobre un epitafio que sobre el hombro de algún lunático! Y es que los muertos descansan en paz y los vivos se cansan en guerra. Es a los vivos a quienes hay que temer y por ello allí su cuerpo reposaba, calmo aunque albergador de terribles víctimas y atacantes, con la mano de algún fallecido anónimo, inmóvil, rozándole el brazo.
Y, ¡Ay del que la escuchara! ¡Si sus gemidos de desasosiego y pánico perturbarían la conciencia del más cuerdo! Corre, corre, bella niña, si correr quisieras, aunque jamás escaparás…. ¡Porque no puedes escapar de ti misma! A no ser, por supuesto, que abras tus ojos sellados. ¿Y de qué monstruos escapas? ¿De que terribles tragedias huyes? ¿De que horrores te alejas? Si todo esta en tu mente y sólo allí. Calla, bella niña, cesa tus gemidos y tu temblar, que mucho turbas el sueño del fallecido, aunque sus muecas no lo delaten ni su cuerpo haga seña alguna.
¡Cómo se tuerce y se retuerce! ¡Cómo se agita su respiración! ¡Cómo se frunce su seño y luchan sus ojos por abrirse! Y proviniendo desde su mismísima esencia, su grito cruzó el cielo y atravesó el mundo. Un grito desquiciante y aterrador. Un grito lo suficientemente fuerte como para despertar a los muertos.
Teme ahora, niña ingenua, y teme realmente, que ya no son fantasía tus demonios ni meros sueños tus pesadillas. Escucha, ya que ver no puedes, cómo la mano que a tu lado hay se cierra, cómo las puertas de los mausoleos se abren, cómo no resuena el latir de ningún corazón en los vacíos agujeros de sus pechos; escucha el silencio sepulcral de sus abiertos y vacíos sepulcros, y óyelos caminar hacia ti, ¡Oh, indefensa imprudente!, con sus pasos irregulares, sus muñecas sin pulso y su pútrido olor. Todavía estas a tiempo, ¡Abre los ojos y sálvate a ti misma! ¡O corre hacia tu salvador que, hincado, de abiertos brazos y espada en mano para combatir a los que daño quisieran hacerte, espera, firme, tu llegada! ¿Cómo es que osaste perturbar el pacífico descanso de los difuntos, tu, una simple humana y sólo por el terror que te has tenido a ti misma? Ahora, intenta conservarte indemne, y ruega a Dios por tu alma, si abrir los ojos para ver tu salvación no pudieres, porque el infierno te reclama y los muertos han venido a buscarte….

jueves, 25 de septiembre de 2008

Tan solo...

Yo alguna vez fui, ahora no se.
Yo solo era y tal vez ni siquiera,
y TAN solo era que, si no era solo, no era.
Ahora soy solo, y tan solo soy
que nadie mas es ahora conmigo.
¡Quiero ser con vos!
¡Pero vos sola sos como yo solo soy!
Y si tan sólo fueramos, no seriamos tan solos.
Tal vez no fuimos....
....Cual vez fuimos sólo un poco....
....Esta vez solamente solos somos.
Y estando tan cerca....¡Pero es que una cerca separa!
¡Y si se sienta es que espera!
Yo soy para ser, esperar es para las almas.
Sos y soy, y sólo cuando seamos, seremos y no seremos tan solos.
Pero, por el momento
(Y no dividido ni sumado el momento),
Tan solo soy....TAN solo....

jueves, 18 de septiembre de 2008

Caos Azul Petroleo

Negro.

Una expresión sombría.

-Somos los juguetes del destino.

Una expresión resignada.

-Lo sé.

Una mirada fulminante.

-Dispara.

Una mirada cobarde.

-¿De qué hablas?

Unos ojos entrecerrados.

-Vamos, hazlo ya. Dispara.

Azul de Prusia.

Uno ojos temerosos.

-¿Lo sabes?

Un movimiento de cabeza.

-¿Saber qué?

Un ceño fruncido.

-¿Entonces?

Intensidad que crece.

-Dispara.

Un intento fallido.

-¿Qué es lo que te pasa?

Una corta pausa.

-Dispara.

Una pausa larga.

-Estoy embarazada.

Silencio.

El sonido de la voz anterior.

-Lo siento.

Rojo.

Un ademán furioso.

-¡Mentira!

Un vacío en el alma.

-Lo siento.

Largo pelo rojizo.

-¿Por qué?

Largo pelo castaño.

-Cometí un error.

Una grave voz femenina.

-Imperdonable.

Una suave voz de mujer.

-Te amo.

Una amarga advertencia.

-Calla.

Blanco.

Una propuesta.

-Cásate conmigo.

Perplejidad.

-¿Qué locuras dices?

Una verdad.

-Te amo.

Una mentira.

-Yo no.

Añil.

Dolor y silencio.

Una respiración cortada.

Prosigue la voz grave.

-¿De quién es?

Un latido de corazón.

-Nuestro.

Indignación.

-¿Pero que dices, niña?

Unos ojos cerrados.

-Lo que oyes, niña.

Escarlata.

Ira.

-¡No me mientas! ¡No me mientas!

Calma resignada.

-Entiende.

Perplejidad.

-¿Que entienda?

Unos pasos hacia delante.

-Entiende.

Gris.

-Pides demasiado.

Una lagrima.

-Te amo.

Un silencio.

Un movimiento en cámara lenta.

Amarillo.

-Yo también.

Un abrazo profundo.

-Lo siento.

Un beso en la frente.

-Yo también.

Ocre.

Sangre que se vuelve plata.

-Por favor, no.

Una media vuelta.

-Lo siento.

Otra lágrima.

Un adiós murmurado.

Y el Caos Azul Petróleo que consume la mente e inunda la habitación.

Infierno

Estoy sentado en un banco emplazado en el medio de la nada. Sólo se oye el viento y el suave vaivén de las olas en la lejanía. El agua salada que acaricia las piedras minerales, y…. ¡Todo es tan hermoso! Los arrumacos que le hace el sol al verde pasto bajo mis pies son casi los que se harían dos amantes enamorados. Hay sólo vestigios de una especie de algodón blanco decorando el cielo, en lo que parece el paisaje más hermoso del más hábil pintor de todos los tiempos, con sus óleos vívidos como si no plasmara color sino poesía. Y mi pecho tan lleno de algo….un algo tan inexplicable como la nada misma. Me vienen ganas de llorar pero me las aguanto, no quiero despertarte. Porque sí, lo más hermoso de la escena no es ni el cielo, ni el viento, ni las nubes, ni el sonido de las olas, ni los óleos color sueño; lo más hermoso de la escena es tu cabeza apoyada contra mi hombro, tu respirar casi imperceptible, que silba una melodía muda en Sol Mayor contra mí brazo. Y el más ligero movimiento te despertaría, es por eso que ni siquiera quiero respirar, ni quiero llorar, ni quiero reír, no, así es todo tan perfecto. Tampoco se escucha el cantar de los pájaros, ni el chirriar de los grillos, ni el relinchar de un caballo. Nada. Porque sólo somos nosotros dos. Tu cabeza sobre mi hombro y mis ganas de llorar; mis ganas de desintegrarme para dejar a mi alma volar libre y fundirse para siempre con la escena. Ni un latido está de más. Mi corazón empieza a querer abandonar mi cuerpo. Ya nada importa, ¿Qué puede importar? Siento que incluso todo este palabrerío estúpido está de más. El mundo y su miseria, sus sonidos y sus palabras desaparecen hasta del inconsciente. Pero quiero verte sonreír. Quiero escuchar tu voz, no puedo evitarlo, quiero ver tus ojos….

Entonces me muevo apenas, de una manera que sólo tus átomos podrían percibir, y tus ojos se abren lentamente. Te sonrío, me sonreís. Y, desperezándote, volvés a apoyar tu cabeza sobre mi hombro, sin volver a cerrar los ojos. Y tan solo eso. Así por meses, tal vez años. Ni una caricia, ni un beso, ni una palabra, ni siquiera otro intercambio de miradas….nada….gracias al cielo, todas esas estupideces no existen acá donde estamos.

Y, de repente, las luces se apagan de súbitamente. Escucho un murmullo lejano de personas hablando y el rugir de algún vehículo. Veo números color escarlata y mi alma rompe a llorar, gritando como yo jamás podría. Grita porque un nuevo día en el infierno ha comenzado y allí jamás habrá lugar para los sueños….

Romance del Alma Perdida

El iris con ira tiñen

Infinitos hilos rojos,

Su alma que sangra y sangra,

Su corazón yace roto.

Mira indefenso a los cielos

Y grita el hombre, agonioso,

Ya nadie hay que lo proteja,

El miedo lo vuelve loco.

De las maldades del mundo,

Este hombre sabe poco.

Tirado en el suelo piensa,

“Somos nada más que polvo,

Un Dios sin ningún creyente,

Una llave sin cerrojo,

El sueño de algún villano

Sobre un diamante precioso.

Somos bestias egoístas

Atrapadas en un pozo”.

Los puños cerrados tiene,

Con fuerza cierra sus ojos.

Sin culpa espera la muerte,

Que ha de llegarle pronto.

De a ratos el cielo mira

Desde su infernal reposo,

Su asco se explaya a gritos

En las muecas de su rostro.

La vida lo ha destrozado,

Lo ha reducido a rastrojos.

Niños de lejos lo miran

Como a un animal rabioso.

El silencio se hace audible

En un chillar bien ruidoso,

Le hace sangrar los oídos

Aquel silencio sonoro.

Las manos pone en el suelo

Y con sus dedos roñosos,

Presión contra éste ejerce

Para levantarse sólo.

Nadie hay que lo ayude,

No quedan supersticiosos

Que en los sentimientos crean

Y entiendan su dolor todo.

En dos pies mirando al cielo

Se ha parado tembloroso,

Ni siquiera el cielo oye

Sus delicados sollozos,

Aunque si bien los oyera,

Seguro juzgaria tontos.

Ahora la muerte desea

Aquel hombre pretencioso,

Aunque un arma no tiene

Para su afán agravioso

De atentar contra su vida,

No importa cual sea el costo.

Sin meditarlo dos veces

Ni siquiera por asomo,

Sus dedos en su sien pone,

Sintiéndose valeroso,

Pero aun así se permite

Una vez mirar de reojo,

En busca de una esperanza,

De algún minúsculo apoyo.

Allí a nadie encuentra,

Ningún salvador o Apóstol,

Su vida de un hilo pende,

Nadie se imagina cómo.

Está sufriendo aquel hombre

Del mundo su desalojo,

Y piensa triste que, incluso,

Con muerte se queda corto.

El sol ya se esta poniendo,

Del hombre se ve el contorno,

Sus dedos pone más firmes,

Y, como si fuera el colmo,

De ellos sale una bala

Que lo atraviesa todo

De una oreja a la otra,

En blanco quedan sus ojos.

Su alma se ha librado

De su entierro en los escombros,

De su vida destruida

Por momentos dolorosos.

Su cuerpo cae de rodillas

Encima de unos retoños,

Carente de toda vida,

Con los ojos ya incoloros,

Su cuerpo tirado queda,

Y, hasta el siguiente otoño,

Su carne al aire se pudre,

De espalda al cielo lluvioso.

Para la vida que crece

Dentro de esos retoños

Que intentan crecer debajo,

Sus huesos son un estorbo.

Pero luchando al fin llegan

A proclamarse exitosos,

Tornándose en una planta

Con flores de color rojo.

Un árbol de lejos mira,

Mira de lejos celoso,

Celoso como ninguno

De que aquel color hermoso

No se vea en sus hojas

Ni se encuentre en su tronco.


Ya nadie recuerda al muerto

Que allí su vida dejó,

Sus problemas ya no existen,

Los niños adultos son.

Ya nadie recuerda el muerto

Que aquel infierno vivió.

Donde ahora esa planta existe,

Fue donde el hombre murió.

Ya nadie recuerda al muerto,

Nadie tiene compasión.

Cuando vean una planta

Con flores de rojo color,

Recuerden al pobre hombre

Que, débil, murió por amor,

Y recen una plegaria,

No importa la religión,

Para que el alma perdida

Encuentre su salvación.

¡Sic Semper Tyrannis! *(1)

La curia romana desfilaba, monótona, hacia el Teatro de Pompeyo, donde habría de reunirse. El César escrutaba la escena desde la lejanía en su balcón de mármol blanco y sonreía. Aun quedaban brasas del fulgor del cual sus ojos habían estado presos hacía sólo unos minutos. El imperio brillaba cual rubí de fuego, ligeramente esmerilado por la garúa invernal. Los Idus de Marzo*(2), épocas de buena fortuna y de prosperidad, desplegaban toda su exquisitez ante las pupilas del Emperador. Las cosas no podrían ser mejores.

Volteándose con elegancia, se desplazó hacia las escaleras y descendió hacia el patio. El viento fluyó, histérico, por entre los pliegues de su toga, pero el Pontifex Maximus *(3), con su cabeza bien en alto, continuó a largas zancadas a través del verde de los pothus y el blanco de los tulipanes, el rosa de las azaleas y el dorado de las macetas de oro macizo. Su paso se vio ininterrumpido hasta alcanzar las mismísimas escaleras de mármol del Teatro, con sus columnas que tocan el cielo y sus techos que sólo los Dioses divisan. Cuánta majestuosidad, cuánta poesía, cuánto fausto. ¡Cuánto poder poseía el César! La magnificencia geográfica y económica del dominio de su imperio era cuasi-infinita.

El primer escalón, y su mente hizo escala en la reunión que estaba por venir. El quinto, y su pecho se colmó con autosuficiencia. El décimo, y su mirada fue interceptada por un ciego cuyo rostro le resultaba familiar. Meses atrás, el mendigo le había advertido del terrible peligro que correría en los Idus de Marzo y él se había reído ante la ridícula idea y le había respondido “Sólo se debe temer al miedo.”. ¡Como si algo pudiera pasarle a él! ¡Y en épocas de prosperidad! El César se le acercó, divertido, y, riendo, le dijo: “¡Los Idus de Marzo ya han llegado!”. El invidente entrecerró sus parpados y pareció tornarse afligido. Con un largo, profundo y sentido suspiro y como si fuese una despedida, sus palabras se emitieron lentamente: “Si, pero no se han ido.”. Acto seguido, desapareció entre el montón de Romanos despreocupados que transitaban las calles, temerosos de que la tormenta se desatara con la fuerza del propio inframundo sobre sus cabezas. El César dejó escapar una ligera risa burlona al tiempo que reanudaba su acenso hacia el interior del Teatro. “Estúpido serás, ciego.”

Luego de haber escalado se permitió echar una vez más un vistazo a las esculturas y pinturas que adornaban la estructura colosal. “Exquisito”, pensó, y fue en ese momento cuando un hombre de barba grisácea apareció por detrás de él y lo llamó por su cargo. “Emperador”, pronunció, “ha usted de seguirnos hacia el foro.”. A su lado se encontraba un grupo de personas de similar aspecto y vestiduras. El César asintió y caminó en silencio por entre las macetas con flores azul oscuro y marrones, siempre mirando al frente, detrás del grupo de senadores. Por unos momentos, creyó escuchar a alguien gritar su nombre, pero hizo caso omiso, atribuyéndoselo al murmullo de los transeúntes.

Los senadores lo condujeron a una habitación anexa al pórtico este del teatro, cuyas paredes eran de un color negro opaco, con relieves en diferentes tonos de rojo, y se introdujeron en ésta esperando que el Emperador los imite. Una vez sucedida esta acción, uno de ellos extrajo una petición escrita en pergamino malgastado y se la facilitó al César, no perdiendo tiempo éste en comenzar a leerla en voz alta. Examinó atentamente cada palabra con su mente, a medida que las leía, meditando acerca de la propuesta hecha: Aparentemente los Senadores deseaban devolverle el poder efectivo al Senado.

Pero entonces, el hombre que le había dado el pergamino, a quien había reconocido como Tulio Cimber, tiró imprevistamente de su túnica. “¿Ista quidem vis est?*(4) le espetó furiosamente el César, fulminándolo con la mirada y gravemente ofendido. ¡Cómo se atrevía ese profano a agredir al Pontifex Maximus, tocándolo contra su voluntad! Sin embargo, el César no había notado que en el momento de incertidumbre, otro de los hombres, Casca, había desenvainado una daga. “¡SIC SEMPER TYRANNIS!”, gritó, asestándole un corte en el cuello. El agredido se volvió rápidamente y, clavando su punzón de escritura en el brazo de su agresor, bramó, colérico “¿Qué haces, Casca, villano?”. ¡Sacrilegio imperdonable era portar armas dentro de las reuniones del Senado! Casca, con su brazo envuelto en el proliferante fluido color escarlata, se desplomó en el suelo, aterrorizado. “¡Adelphe, boethei!*(5), eyaculó en un griego impecable, y en respuesta a esa petición, todos se lanzaron sobre el Emperador. Miles de caras con las más infernales expresiones de furia, odio y codicia atravesaron fugazmente la vista del César, mientras, tirado en el suelo, era víctima de estocadas, patadas y golpes. Intentando defenderse, agarró el pie de uno de sus atacantes, pero cuando subió la mirada, quedó completamente paralizado al encontrarse con nada más y nada menos que la de su mejor amigo y más leal consejero, Marco Junio Bruto. Su sangre se volvió hielo al instante y sus pupilas se contrajeron violentamente. Preso de la miseria que le vomitó en el alma el descubrir su confianza traicionada de la manera más terrible, fue invadido por espasmos de ahogo mientras un cuchillo abstracto, pero mucho más filoso e hiriente que los reales, se hundía en su pecho y traspasaba violentamente su corazón, creando un abismo de oscuridad implosiva aplastante. Reuniendo todas las fuerzas que podría haber usado para pelear pero que ahora habían desaparecido frente a la imagen de la alevosía menos esperada, la mirada del César se llenó de pesar y sus labios musitaron sus ultimas palabras, que prorrumpió en forma de trágico lamento: “¿Et tu, Brute?”*(6). Intentando alejarse, no del ataque, sino de la decepción de la cual jamás podría escapar, se arrastró el César, indefenso, hasta las escaleras bajas del pórtico, donde las puñaladas asestadas en su tórax acabaron con su vida.

Una vez terminada la tarea magnicida, los 60 senadores se levantaron y contemplaron su obra maestra, satisfechos, bebiendo fino vino tinto de una hermosa copa de cristal para festejar. Todos, excepto Bruto, quien yacía de rodillas mirando al cielo. “¿Qué hemos hecho?”, preguntó como fuera de sí, “¿Qué hemos hecho?”. Tomó la copa de cristal y la estrelló contra el suelo, ante el asombro de los otros. “¡¿Es que no lo entienden?!”. Y sus lágrimas mojaron su cara tanto como hizo la furiosa lluvia que se desató. Un fuerte temblor surcó la tierra, con lo que parecía la violenta intención de partirla en dos haciendo que las estructuras amenazaran con colapsar. Los 60 se dispersaban, temerosos ante la ira de sus Dioses, mientras las construcciones se desmoronaban ante los ojos del traidor. Las estatuas y las pinturas, las columnas y los edificios, el Coliseo y el Teatro de Pompeyo. “Hemos destruido un imperio por querer construir otro mejor. Maldita sea nuestra suerte. ¡Que los Dioses se apiaden de nuestras almas.!”. Y la dolida mirada carente de vida del César, quien tenía los ojos abiertos y fijos en él, lo traspasaba, carcomiéndolo poco a poco, lentamente. “Así siempre a los tiranos” bramó el cielo, mientras el mármol, el verde de los pothus, el blanco de los tulipanes, el rosa de las azaleas y el dorado de las macetas de oro, así como las rodillas y los dedos del traidor, se teñían de rojo al entrar en contacto con la sangre del emperador caído antes de ser sepultados todos para siempre y hasta el fin de los tiempos por los escombros de su imperio destruido.


*(1)= Locución Latina: “¡Así siempre a los tiranos!

*(2)= Los Idus de Marzo es la época de prosperidad y buena fortuna que corresponde a la fecha 15 de Marzo. Existen Idus de otros meses que caen en su mayoría en los días 15 y otros en los días 13

*(3)= Sumo pontífice, figura máxima de la religión y representante de los dioses en la tierra.

*(4)=Locución Latina: “¿Qué clase de violencia es esta?

*(5)= Locución Griega: “¡Socorro, hermanos!

*(6)= Locución Latina: “¿Tú también, Bruto?

El Espectáculo

Una rata se desplazaba por el maltratado pasto del patio de la casa de cristal, que era ya casi tierra en su totalidad. Levantaba una casi imperceptible nube de polvo con sus patas al avanzar y atinó a esconderse en el primer agujero que vio cuando el primero de los invitados se acercó con complicados pasos hacia la construcción. El extraño tenía su cara cubierta por una máscara y vestía de gala. Al aproximarse a la casa, cuyo interior no podía ser descifrado a pesar de estar hecha por completo de vidrio, la puerta de la misma se abrió en par, revelando a otra persona vestida de manera similar. El supuesto anfitrión realizó una leve reverencia a la que el invitado respondió con un gesto de su mano, y se movió hacia un costado para dejarlo pasar. El extraño se introdujo en el recinto, sin dudar ni un segundo en aceptar la muda invitación, y la puerta se cerró tras él.

Por más extraño que pareciera, el interior de la casa se sumía en la más desquiciante oscuridad, y el exterior no podía ser visto desde dentro. Los hombres caminaron prolongadamente, bajando unas escaleras eternas y se introdujeron dentro de una habitación dentro de la cual podían escucharse los gritos desesperados de una mujer. Luego de haber cerrado la puerta detrás de ellos, la casa volvió a naufragar en un silencio ahogante del cual ningún ser con la habilidad de oír hubiese podido escapar por más que hubiese querido. Cesó el gritar, los pasos de los hombres parecieron ser engullidos por la oscuridad y alguna que otra voz sorda que pudiese haber sido escuchada desde dentro de la habitación pasó a ser producto de la imaginación de algún desvariado inexistente. Y, por supuesto, luego aparecieron los otros invitados, que, uno a uno, desfilaron por la casa hasta la habitación para luego cerrar la puerta tras sus espaldas

¿Qué estaría sucediendo dentro de aquel lugar al que sólo los enmascarados podían acceder?

Nadie lo sabe. Nadie jamás lo sabrá. Porque nadie con una pizca de cerebro se atrevería jamás a entrar en la habitación y presenciar los horrores de la casa de paredes de cristal que jamás se empaña o ensucia y suelos metálicos que jamás se corroen u oxidan. El simple hecho de imaginar las atrocidades que ocurren allí adentro haría al hombre más valiente temblar y llorar como un pequeño infante. Y es ciertamente una desgracia que tanto yo como ustedes hayamos sido demasiado cobardes como para aventurarnos dentro de la habitación detrás del último enmascarado cuando tuvimos la oportunidad.

Pero, siendo yo un autor curioso y entrometido, hierve en mi interior el ferviente deseo de husmear dentro de la habitación, de infiltrarme entre las sombras y los demonios para descifrar el enigma. ¿Quién más sino yo, alguien que existe, para develar los misterios de lo que no existe? Y debo confesar que mucho me gustaría imaginar, inventar el contenido de aquel infierno del cual me he tomado el trabajo de soñar, o acaso encontrar en la mismísima realidad. Admito, también, que me gustaría abandonarlos a su suerte y disparar al final de esta misma oración el detestable punto final, para que sus mentes se encarguen de darle un contenido al infierno, sin brindarles ni un dato más acerca de sus integrantes, su designio o su apariencia. Pero seré compasivo, no con ustedes, sino conmigo mismo y me tomaré la libertad de abusar de mi omnipotencia como narrador para escabullirme por dentro del cerrojo de aquella bendita (sino maldita) puerta, para terminar de una vez por todas con esta tortura que yo mismo he comenzado al escribir la primera de las letras que dan comienzo a este cuento, y contarles nada más ni nada menos que la realidad de aquella habitación.

La habitación también era presa de una oscuridad casi palpable, pero, sin embargo, la tenue luz de unas velas rojas que descansaban sobre el suelo de metal transformaban las figuras de las personas allí presentes en sombrías criaturas aptas para protagonizar la más terrible pesadilla. Había butacas, varias filas de asientos en los que los enmascarados descansaban, con su atención crucificada en un escenario que se hallaba frente a ellos. Pero el telón estaba bajo; parecía que la función acababa de terminar, ya que los gritos que se habían escuchado cuando la puerta se había abierto para dejar pasar a sus invitados ya no llenaban el lugar. O tal vez aquello había sido un ensayo y la obra no había empezado aún. En aras de descubrir que tragedia a ese lugar concierne decido que eso último sea. Los espectadores se pusieron de pie y aplaudieron al unísono, al tiempo al que el telón se alzaba dejando escucharse nuevamente los desgarradores gritos de aquella mujer. Un gran reflector que del techo colgaba se encendió con un chasquido, bañando en una luz blanca muy potente el escenario. En este pudieron avistarse a varios enmascarados más rodeando a una mesa. En la mesa yacía una mujer desnuda retorciéndose y gritando como si fuera el último de los días. Uno de los que rodeaba a la mujer se le acercó y puso las manos en sus genitales, llevando a cabo movimientos forzados. Los chillidos de la mujer aumentaban en potencia. Así estuvo unos minutos, mientras que los espectadores hacían comentarios preocupados mudos en los oídos de sus acompañantes. Sus expresiones no podían verse, pero algunos de ellos estaban sentados de una manera tan tensa que podía dar a pensar se sentían turbados por la imagen.

Luego, el reflector se apagó, los chillidos de la mujer cesaron de repente y el hombre se apartó. Volviéndose hacia el público, sostuvo en alto algo que a la luz de las velas solo era un bulto que se agitaba en su mano cubierta por un guante blanco, al igual que las manos del resto de los enmascarados. El reflector volvió a encenderse, revelando a un pequeño bebe cubierto en sangre y fluidos, cuyos ojos se cerraron violentamente frente al estímulo de la luz cegadora del reflector dándole de lleno en la cara. El público enmudeció en un silencio que haría, por contraste, que incluso la falta total de sonido fuera un ruido insoportable, inclusive si fuese escuchado por una persona completamente sorda. El anónimo, que lo sostenía colgando de un pie, le dio una leve palmada en la espalda, haciendo que neonato tosiera para dar paso a un llanto apenas audible y, dándolo vuelta, lo alzó a la vista del público. Cuando esto hizo, el reflector se atenuó hasta ser casi imperceptible pero lo suficientemente potente como para que todavía se viese el niño y un reflector iluminó de lleno al público. Los concurrentes se retorcían de terror en las butacas, profiriendo gritos ahogados algunos, cubriéndose las caras otros. Algunos se refugiaban en el pecho de sus acompañantes para no tener que presenciar la escena más horrible que pudiesen ver y estos los rodeaban con sus brazos de manera protectora. Aunque sus máscaras no revelaran su expresión, era casi posible ver el horror a través de ellas.

Las luces se apagaron de repente y el telón cayó. El público aplaudió fervientemente, lejos de estar decepcionados del espectáculo de terror que estaban presenciando. Unos minutos pasaron, tal vez algún interludio en los que los espectadores hablaron los unos con los otros en el más sepulcral silencio. Uno de ellos, sin mover sus labios ni accionar las cuerdas vocales, dijo: “Impresionante, ¿Verdad? ¡Jamás me hubiese esperado algo tan aterrador! ¡Es una suerte que ahora venga el acto de comedia!”.

Y cuando hube terminado de imaginar aquella frase, el reflector se encendió y el telón volvió a abrirse mostrando a una enmascarada de pelo oscuro y largo postrada en el medio del escenario mirando hacia una de las patas. Por ella entró una suerte de muchacho joven sin máscara. Su estatura era media y su contextura normal; su pelo ondulado y sus ojos, marrones. Caminó por el frío piso de plata con sus pies desnudos con expresiones de incomodidad que provocaron alguna que otra risa en el público, y se paró frente a la enmascarada. Estuvo, incómodo y pensativo por unos segundos que, como su cara delataba a gritos, le parecieron eternos. Finalmente, dio un gran suspiro y le dijo, lo más seguro de sí mismo que pudo, “¡Te amo!”. El público estalló en carcajadas animales que duraron varios minutos. Algunos de los espectadores se descostillaban de la risa a sus anchas, retorciéndose en las butacas, otros intentaban reírse moderadamente pero sus máscaras goteaban lágrimas incontenibles de risa, otros aplaudían también, pero todos reían, inclusive la enmascarada. El joven rompió en llanto mirando a su alrededor, desesperado, y salió corriendo por la pata del escenario por la que había entrado. La enmascarada se volvió hacia el público e hizo una reverencia al tiempo al que las luces se apagaban, el telón volvía a caer y el público se ponía de pié para romper en aplausos unísonos, algunos todavía riendo.

Los minutos empezaron a pasar nuevamente y pude imaginar a otro de los desconocidos diciendo: “¡Que espectáculo tan genial! ¡Es mucho mejor de lo que me habían contado! No puedo esperar al tercer acto, dicen que dejan lo mejor para el final.”.

Y el telón una vez más se levantó, aunque me aterra seguir describiendo el desarrollo de los sucesos que tuvieron lugar en dentro de la casa de cristal con pisos de metálicos, ya que, si yo no los narrara, no tendrían que existir. ¿Y no es ya suficiente con los primeros dos actos de aquella obra macabra? No estoy seguro de poder escribir acerca del tercero porque no estoy seguro de poder enfrentarlo, aunque, quizá si lo hiciese me daría cuenta que tal vez no es tan terrible como temo. ¡Pero es que había tantas personas portando máscaras! ¿Y quién sabe qué caras se esconden detrás de ellas, si es que la tienen? No obstante, sería una terrible persona si aquí los abandonara, en la habitación con la multitud de desconocidos que protagonizan el más mísero espectáculo jamás visto. Porque el espectáculo no es lo que presencian, el verdadero espectáculo son ellos mismos, allí, mudos, inexistentes, pero más reales que yo o que cualquiera de ustedes. Y además sería peligroso dejarlos aquí en mi lugar, corriendo el riesgo de imaginar un final que los involucre a ustedes cuando fui yo el que soñó esta casa, estos seres, estos sucesos…. No. Es mi deber como autor hacer el sacrificio de terminar la historia y de salvarlos de sus consecuencias, sea cual sea el costo.

El telón terminó de levantarse y el público me miró, expectante. Yo estaba ahora parado, con un cuerpo imaginario que podría tener la descripción que yo quisiese, mientras que los enmascarados se hundían en sus sillas respirando entrecortadamente, aunque sus pulmones no existieran y el aire no tuviera permitida la entrada allí. ¡Pero yo sí lo necesito! ¡Maldita sea mi imprudencia de imaginar ese detalle! Me llevé las manos hacia el cuello, falto de oxígeno y caí de rodillas al suelo. Mi vista comenzó a nublarse, pero aun así pude ver a varios de los enmascarados llorar de emoción, y sonreír detrás de sus máscaras, satisfechos por la proximidad del final de su espectáculo. Me asfixiaba y ya no tenía salvación. Desde el segundo en el que había escrito que el aire allí no podía entrar, había sentenciado mi muerte, y borrar una palabra sería atentar contra un mundo que ya creé. Es demasiado tarde. Y ahora continúo explicándome y alargando las frases porque tanto yo como los enmascarados sabemos que en cuanto narre mi muerte vendrá el aterrador punto final y dejaremos todos de existir para siempre. Pero ha llegado el momento, ya no puedo aguantar sofocarme un segundo más, así que despídanse de la casa de paredes de cristal y suelos de plata, de la rata, de la habitación, de la oscuridad, de los enmascarados y de mí por siempre, porque para dejar de asfixiarme, y evitar que hagan un espectáculo de ustedes en sus propias mentes como lo hicieron de mí en la mía, haré que todos dejen de existir en el punto final que precede a la próxima oración. Al tiempo a que los espectadores se ponían de pie para aplaudir el espectáculo y a su protagonista que moría en el escenario, yo terminé de desplomarme en el suelo, y, segundos antes de que el telón cayera enterrando para siempre al personaje principal de la obra que entretenía a la miseria, mi corazón dio su último latido.